Mas allá de la comodidad

No hagas de tu zona de confort la cárcel que anule el propósito divino en tu vida...

Hay un lugar silencioso donde muchos habitan, no por paz, sino por costumbre. Un terreno conocido llamado “comodidad” que, más que bendecirnos, puede estancarnos. Es esa zona donde lo incómodo ya no incomoda, donde el desorden se camufla bajo la rutina, y donde el alma corre el peligro de acostumbrarse a vivir por debajo de su diseño divino. Hoy, el Espíritu nos llama a mirar más allá de ese lugar seguro que hemos edificado con excusas, temores y autosuficiencia.

El apóstol Pablo lo expresó así: “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.” Romanos 7:18b

La incomodidad que provoca el deseo de cambiar sin saber cómo, o el impulso de obedecer sin fuerza suficiente, se convierte muchas veces en un lamento constante en la vida del creyente. No porque Dios no esté presente, sino porque hemos aprendido a convivir con el desorden. El querer como el hacer exige romper con viejas estructuras, y eso… eso duele.

Pero esa incomodidad es necesaria. Es una señal de que el Espíritu está obrando. Es el susurro divino que nos dice: “Esto no es todo. Hay más en ti. Hay un orden superior que te espera.”

¿Qué pasa cuando ya no sentimos que algo está mal? Cuando el pecado pierde su gravedad en nuestra conciencia, cuando el caos se convierte en paisaje habitual. Hemos cruzado la línea: lo incómodo se ha vuelto cómodo.

Esto es lo más peligroso. Porque ya no discernimos. Ya no reaccionamos. Ya no corregimos.

Y entonces vivimos como si el desorden no fuera desorden. Como si Dios aprobara lo que callamos y toleramos. Pero Él no bendice lo que no está alineado a Su orden.

“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” Isaías 5:20

Hay cosas que no deberían estar en nuestras vidas, pero como no causan escándalo, las ignoramos. Como una grieta en la pared que vemos todos los días y dejamos de notar. Esa grieta puede ser nuestra manera de hablar, nuestros hábitos ocultos, relaciones tóxicas, o prioridades desordenadas.

La costumbre cubre el desorden como un manto. Lo oculta. Lo disfraza. Pero no lo transforma.

“Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte.” Proverbios 14:12

Cuando un accidente finalmente ocurre, cuando la caída se materializa, la ruptura llega, o el propósito se ve comprometido, buscamos culpables fuera de nosotros. Pero la verdad duele: fuimos nosotros quienes permitimos que el caos se quedara.

Jesús fue radical con esto. No negoció con el desorden. No lo maquilló. Lo enfrentó con urgencia:

“Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti… Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti…” Mateo 5:29–30

Este lenguaje no es literal, pero sí es contundente. El Señor nos llama a amputar, arrancar, cortar… todo lo que nos hace tropezar y desordenar nuestras vidas. No podemos permitir que algo que nos aleja del propósito se mantenga por sentimentalismo, costumbre o temor.

Dios nos llamó a vivir en alineamiento con Su Reino, no con nuestra zona de confort.

La voluntad de Dios no se manifiesta en la comodidad humana, sino en la valiente obediencia.

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” Romanos 12:2

Transformarse exige desarraigar. Renovarse exige confrontar. Obedecer exige amputar.

¿Estamos dispuestos a pagar ese precio? ¿A dejar lo que nos acomoda para abrazar lo que nos santifica?

La incomodidad que viene de cortar el desorden no se compara con el gozo que viene del propósito restaurado. No se trata solo de eliminar lo malo, sino de preparar el terreno para que lo eterno se manifieste.

Dios quiere que vivamos ordenados, enfocados, y despiertos. Porque hay llamados que no pueden florecer en tierra desordenada. Hay milagros que requieren ambientes limpios. Hay destinos que solo se activan cuando cerramos puertas incorrectas.

Cada uno de nosotros tiene un área que se ha vuelto cómoda, pero no por eso es correcta. El Espíritu te está llamando a:

– Reconocer esa zona que toleras pero que sabes que no es saludable.

– Decidir cortar lo que entorpece tu comunión.

– Reordenar tus prioridades según el Reino.

Hazlo con valentía. No estás solo. Dios no te abandona en la amputación; Él te acompaña en la debilidad.

“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará…” Filipenses 1:6

Jesús, el Maestro de la restauración, no vino a acomodar nuestro desorden. Él vino a establecer orden. Vino a mostrar que lo cómodo puede matar, pero lo santo vivifica. Y si tú decides hoy mirar más allá de tu comodidad, comenzarás a ver el cielo abrirse sobre tu vida como nunca antes.

Dios no negocia con lo que nos destruye. Él nos llama a cortar, remover y sanar. Porque hay algo mayor que tu dolor: tu propósito.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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