Únicamente podemos juzgar la comodidad de un par de zapatos cuando hemos usado al menos otro par anteriormente. Este principio simple, pero profundo, encapsula una verdad universal. ¿Cómo podemos determinar que algo es verdadero o valioso sin antes haberlo contrastado con otra experiencia? Este dilema no solo aplica a los zapatos, sino también a la esencia de nuestra fe cristiana y las doctrinas que abrazamos.
La comparación es innata en los seres humanos. Así como no podemos entender el rojo si nunca lo hemos visto, tampoco podemos comprender si lo primero que aprendimos en la vida cristiana es absolutamente verdadero si no conocemos otros contextos. Es aquí donde entra la pregunta clave: ¿cómo podemos juzgar que el Evangelio que inicialmente nos fue enseñado es el Evangelio correcto? ¿Es posible que sea el “evangelio diferente” del cual Pablo nos advierte en Gálatas 1:6-7, diciendo: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado de aquel que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente, no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el Evangelio de Cristo”?
Tres argumentos que suscriben aquellos que pesan los “evangelios diferentes”:
1) Muchos sabios y hombres de Dios enseñan lo mismo, no pueden estar equivocados.
La uniformidad de enseñanza entre hombres de fe puede parecer un argumento sólido. Sin embargo, ¿cuántos de estos hombres han evaluado sus enseñanzas a la luz de la Escritura en su totalidad y con humildad? Recordemos que Mateo 23:24 señala: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, pero tragáis el camello!” Incluso los fariseos y doctores de la ley, expertos en las Escrituras, erraron al interpretar el mensaje de Jesucristo. No es el número de maestros que valida la verdad, sino la fidelidad de su enseñanza al corazón del Evangelio.
2) Lo dice la Biblia, y si la Biblia lo dice es verdad.
Sí, la Escritura es infalible, como lo confirma 2 Timoteo 3:16, que declara: “Toda la Escritura es inspirada por Dios.” Sin embargo, nuestro entendimiento de la Biblia puede estar limitado o influido por doctrinas humanas. Por ejemplo, la profecía de Ezequiel en 32:7-8, que anuncia el juicio sobre Egipto: “Cuando te extinga, cubriré los cielos y oscureceré sus estrellas; cubriré el sol con una nube y la luna no brillará.” Esta profecía se cumplió, pero, aun así, hoy vemos el resplandor del sol y la luna. ¿Falló la Biblia? No. La interpretación de este texto debe ser analizada en su contexto apocalíptico y simbólico.
3) Confío en mi pastor, él es un hombre con la unción del Espíritu.
La confianza en líderes espirituales es esencial, pero no debe sustituir nuestra búsqueda personal de la verdad. Jeremías nos advierte claramente en el 17:5: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que pone su fuerza en la carne y aparta su corazón del Señor.” Incluso el pastor más fiel puede tener limitaciones. Nuestra fe debe estar cimentada en Cristo, no en una figura humana.
La fe genuina y madura no teme cuestionar. Como dijo el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 5:21: “Examinadlo todo; retened lo bueno.” Para juzgar una doctrina distinta, primero debemos examinar la que usamos como patrón de comparación. ¿Qué tal si hemos estado abrazando un Evangelio incompleto o distorsionado? El principio de los “zapatos cómodos” nos invita a considerar que el primer par puede no ser el mejor, aunque en su momento nos pareció suficiente.
La Biblia nos guía en este proceso de evaluación. En Juan 5:39, Jesucristo afirma: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Nuestra búsqueda de la verdad debe estar profundamente arraigada en la Palabra, y no en opiniones o tradiciones humanas. El apóstol Pablo también nos advierte en Colosenses 2:8: “Mirad que nadie os engañe mediante filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres.”
Amados, la audacia de cuestionar lo aprendido no es rebelión, sino humildad ante la grandeza de la verdad de Dios. Les exhorto a profundizar en la gracia, este llamado es claro: evaluemos nuestras creencias con valentía, examinemos la Escritura con reverencia, y confiemos en el Espíritu Santo para revelar lo que es verdadero.
Los ministros del Señor no podemos cargar con la pereza intelectual de aquellos que en vez de escudriñar las escrituras, se quedan únicamente añcon lo que oyeron decir…
Comparar no es debilidad, sino fortaleza. Juzgar no es arrogancia, sino una necesidad en el camino hacia la verdad. Que la luz de Cristo ilumine nuestros corazones mientras buscamos la verdadera comodidad del “zapato perfecto”, aquel que no solo se ajusta, sino que nos lleva hacia la vida eterna. Como dice Isaías 55:6: “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado.” ¡A Él sea la gloria por los siglos!