Vestiduras de Dependencia

¿Estaba realmente Adán desnudo y no se avergonzaba? Adán vestía un ropaje traslúcido llamado dependencia...

     Había una vez un hombre que nunca había conocido la escasez. Desde su nacimiento, todo le había sido provisto sin dificultad: el abrigo necesario, el alimento a su tiempo, la seguridad de que nada le faltaría mañana. Creció sin miedo a perder, porque el perder no existía en su realidad. Para él, el no tener era una idea ajena, una circunstancia desconocida. En su corazón no había ansiedad, ni necesidad de retener, porque lo que tenía siempre parecía suficiente.

En otro rincón del mundo, existía otro hombre que, durante gran parte de su vida, no había tenido nada. La escasez era su compañera constante, la incertidumbre su sombra. Pero un día, inesperadamente, recibió abundancia. La mesa se llenó de panes, sus manos sostuvieron riquezas que jamás había imaginado. Su alma, al principio, se regocijó en la bendición, pero con el tiempo nació una inquietud. ¿Y si lo perdía? ¿Y si el vacío regresaba? El temor entró en su corazón como un ladrón en la noche, robándole la paz, y la necesidad de aferrarse a lo que tenía lo consumió. En su intento por retenerlo todo, cerró su mano y endureció su corazón. Lo que antes había sido motivo de gratitud, ahora era causa de ansiedad. Y en esa obsesión por no perder, su amor comenzó a marchitarse.

En un tercer lugar, había alguien que nunca había tenido nada, y jamás le preocupó no tenerlo. Su existencia estaba moldeada por la carencia, pero no había ansiedad en su interior, porque lo escaso era simplemente su estado natural. No conocía la angustia de perder porque nunca había poseído. En su corazón, el temor no tenía raíz, pues no había sido sembrado por la experiencia de la abundancia ni por la pérdida.

Entonces, si el amor perfecto echa fuera el temor, como dice la Escritura, ¿qué sucede cuando el temor entra? Allí donde hay miedo, el amor comienza a menguar. Porque el temor es un castigo, una vida de incertidumbre constante, una prisión invisible que aprisiona el alma y le roba la paz. Donde hay temor, el amor perfecto no encuentra lugar.

Desde el inicio, el hombre vivió sin temor. En el huerto, Adán caminaba libremente en la presencia de Dios, sin ansiedad, sin vergüenza, sin el peso de la escasez en su corazón. Pero un día, tomó una decisión sin Dios, y en ese instante su vestidura invisible, su cobertura de dependencia, desapareció. Por primera vez, sintió el vacío de no tener. Y en esa desnudez recién descubierta, el temor entró. Se escondió, porque el miedo lo separó del amor a través de la vestidura perdida de la dependencia que antes lo cubría. Adán había sido expulsado de la paz, no por un castigo divino, sino por el propio castigo de su temor. Dios seguía siendo amor, pero el hombre ya no podía percibirlo en la misma plenitud sin las vestiduras de la dependencia.

 

El hombre debe aprender la obediencia para andar en dependencia de Dios.

Uno de los principios donde se fundamenta el Reino de Dios es la unidad, y ésta se garantiza a través del amor y la dependencia, vestiduras de dependencia.

 

Desde entonces, el ser humano ha vivido con la memoria del no tener. En cada intento de retener lo adquirido, en cada esfuerzo por asegurar que la bendición no escape, repite la historia de Adán: aferrarse con miedo, cuando el amor perfecto nunca estuvo diseñado para coexistir con el temor.

Cristo vino a deshacer esa separación. Vino a restaurar la vestidura perfecta, basada en el diseño de dependencia, y dejar atrás los ropajes temporales de pieles de animales, Cristo vino a devolvernos la confianza de caminar sin miedo. Su amor es perfecto, porque no depende de la abundancia ni de la escasez, sino de la permanencia en Él. En Él, el temor ya no tiene dominio, porque el amor lo ha echado fuera.

Así, aquel que nunca ha tenido puede vivir sin miedo. Aquel que ha tenido y teme perder debe recordar que la verdadera seguridad no radica en la posesión, sino en la dependencia. Y aquel que nunca ha conocido la escasez puede descansar, sabiendo que el amor de Dios no está en lo que se posee, sino en lo que se recibe sin temor.

Pues donde hay temor, no hay amor. Y donde hay amor perfecto, el miedo desaparece como la sombra ante la luz.

1Jn 4:18: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.”

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