¿Tienes prisa?…

Lo que tardó años en degenerarse, solo el tiempo de Dios puede purificarlo. Las soluciones rápidas traen consigo consecuencias de por vida.

     Los vinos más excepcionales se logran con el tiempo. Nadie que entienda de cosechas y fermentaciones se atrevería a abrir un barril antes de que el proceso haya madurado. El vino apresurado se convierte en vinagre, y el vinagre no alegra el corazón del hombre. Así también la vida: los problemas que hoy nos golpean no nacieron ayer, sino que son el fruto de una degeneración de eventos que se fueron acumulando silenciosamente.

Pretender resolverlos con salidas rápidas es como querer que un racimo de uvas se convierta en vino en un solo día. El tiempo es el crisol donde Dios prueba la madurez del alma.

 

Muchos preguntan: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento de sus hijos?. La respuesta no es uniforme, porque depende del corazón que pregunta. No es lo mismo responder a un ateo que a un discípulo en formación. No es lo mismo hablar a un niño que a un creyente maduro. Pero hay una verdad que atraviesa todos los contextos: Dios todo lo hizo bueno en gran manera (Génesis 1:31). El mal no proviene de su diseño, sino de la degeneración que el hombre introdujo por su terquedad.

El sufrimiento, entonces, no es un capricho divino, sino la consecuencia de procesos que se incubaron en el tiempo. El hombre que hoy cosecha lágrimas, ayer sembró descuidos, indiferencias o rebeldías. Y aquí aparece el gran error: queremos que Dios nos saque de un problema en segundos, cuando el problema tardó años en gestarse. Queremos soluciones instantáneas a procesos que fueron largos en su formación.

 

Para confrontar esta prisa del alma, quiero traer textos que rara vez se citan, pero que son joyas escondidas en la Escritura:

– Eclesiastés 7:8: “Mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu.”

  Este versículo nos recuerda que la paciencia es más valiosa que la altivez que busca resultados inmediatos. El altivo quiere resolver ya, el sufrido espera el proceso.

– Habacuc 2:3: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.”

  Aquí se nos enseña que lo que Dios ha determinado tiene un tiempo exacto. La prisa del hombre no puede alterar el reloj divino.

– Job 14:9: “Al olor del agua florecerá, y hará copa como planta nueva.”

  Este texto, casi nunca citado, nos muestra que incluso lo que parece seco y muerto puede reverdecer, pero no por la prisa del hombre, sino por la sazón de Dios.

– Jeremías 48:11: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre sus heces reposó; no fue vaciado de vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por tanto, quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado.”

  Este versículo, usado pocas veces, nos habla de procesos. Moab nunca fue removido, nunca fue probado, y por eso su sabor quedó intacto, sin transformación. La falta de procesos produce estancamiento.

 

La prisa no es solo un hábito, es una enfermedad del alma. El que busca salidas rápidas no entiende que la vida es un tejido de causas y efectos. Cuando un problema aparece, no es un rayo caído del cielo, sino la consecuencia de una cadena de decisiones. El discípulo debe aprender que la madurez consiste en discernir el tiempo de Dios.

El que es maduro sabe cuándo puede adelantar un paso y cuándo debe esperar. El inmaduro, en cambio, se precipita y arrastra consigo a los que le rodean. Sus decisiones apresuradas no solo lo afectan a él, sino a toda su comunidad. La prisa es egoísta: ama tanto su propia vida que no mide el daño que causa a los demás.

 

El sufrimiento no es un enemigo, sino un maestro indeseado. Nos recuerda que los procesos no se pueden saltar. El apóstol Pedro lo expresó de manera poco citada en 1 Pedro 5:10: “Mas el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.”

El padecimiento es el taller donde Dios perfecciona. Sin sufrimiento, no hay afirmación ni fortaleza. El discípulo que huye del dolor huye también de la madurez.

Ahora bien, quiero hablarte como quien coloca un espejo delante del discípulo sin acusarlo directamente. ¿No es cierto que muchas veces buscas resultados inmediatos? ¿No es cierto que cuando un problema aparece, tu primera reacción es pedirle a Dios que lo quite ya? Pero, ¿acaso no sabes que ese problema es fruto de años de descuido? ¿No entiendes que lo que tardó años en formarse no puede desaparecer en segundos?.

 

La mujer que tocó el borde del manto se sano en un instante, es verdad, pero paso 12 años cautiva de esa enfermedad.

El discípulo debe aprender a mirar hacia atrás y reconocer la cadena de eventos que lo llevaron al presente. Solo así podrá aceptar que la salida no es rápida, sino sistemática. Dios no improvisa: Él trabaja con sazones, con tiempos, con estaciones. El hombre que quiere acelerar lo que Dios ha determinado se convierte en enemigo de su propio destino.

 

Hasta la naturaleza nos recuerda que el fruto de un árbol lleva un tiempo de maduración.

 

Ejemplos bíblicos de procesos largos

– José en Egipto: Sus sueños tardaron más de trece años en cumplirse. Si José hubiera buscado una salida rápida, habría muerto en la cárcel. Fue el tiempo lo que lo preparó para gobernar.

– Moisés en el desierto: Cuarenta años cuidando ovejas antes de enfrentar a Faraón. El hombre apresurado habría querido liberar a Israel en su juventud, pero habría fracasado.

– David ungido rey: Pasaron años entre la unción y el trono. El proceso lo formó como líder. La prisa lo habría destruido.

 

Debemos aprender tres cosas:

1. Reconocer la raíz de los problemas: No son accidentes, son procesos degenerativos.

2. Aceptar el tiempo de Dios: Lo que tardó en gestarse tardará en resolverse, así que muévete a resolver sin apresurarte, lo harás bien.

3. Valorar el sufrimiento como maestro: Cada lágrima es una lección, cada espera es una formación.

 

No olvides que:

– El vino apresurado se convierte en vinagre; la vida apresurada se convierte en ruina.

– El que corre tras salidas rápidas tropieza con procesos eternos.

– La prisa es la altivez disfrazada de necesidad.

– El sufrimiento no es enemigo, es el cincel que talla la madurez.

 

Escucha con atención:

El alma necia siempre busca atajos. Quiere resultados inmediatos, quiere soluciones instantáneas. Pero la necedad no entiende que los problemas son hijos del tiempo, y que solo el tiempo puede purificarlos. El que se atreve a adelantar lo que Dios no ha determinado se convierte en un ladrón de su propio destino.

¿Quieres saber qué ocurre cuando juegas contra el tiempo? Te conviertes en Moab: reposado sobre tus heces, sin transformación, con un olor que nunca cambia. Te conviertes en un vino que nunca fue vaciado de vasija en vasija, sin sabor nuevo, sin fragancia fresca. Te conviertes en un discípulo estancado, incapaz de madurar.

La prisa es la necedad del alma. El sufrimiento es el maestro que la rompe. El tiempo es el crisol que la purifica. Y Dios es el único que puede adelantar lo que Él mismo ha determinado.

Así que no preguntes más por qué sufres. Pregunta, más bien, por qué tardaste tanto en reconocer la cadena de eventos que te llevaron aquí. Y cuando lo entiendas, deja que el tiempo de Dios haga su obra y tú participaras de ella con gozo en medio del sufrimiento. Porque si insistes en buscar salidas rápidas, tu vida se convertirá en vinagre, y el vinagre no alegra el corazón del hombre.

Bendiciones a todos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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