Sistema Óseo
Serie: Entendiendo el Cuerpo de Cristo
La doctrina es como el sistema óseo del cuerpo humano: una estructura viva que sostiene, da forma y estabilidad, pero que nunca debe convertirse en un dogma muerto que paraliza. El esqueleto es el armazón que permite al cuerpo mantenerse erguido y moverse; sin huesos, el cuerpo sería una masa informe incapaz de sostenerse. De igual manera, la iglesia necesita una estructura doctrinal que le dé identidad y dirección. Sin embargo, muchos han confundido la “sana doctrina” con un conjunto rígido de normas que sofocan la vida del Espíritu en el cuerpo de Cristo. La doctrina es el esqueleto del cuerpo de Cristo: sostiene, pero no debe inmovilizar. Como recuerda Pablo: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11).
El mito de la “Sana Doctrina” mal empleada
En diversos contextos, la llamada “sana doctrina” se ha reducido a un listado de normas externas, más enfocadas en la apariencia que en la transformación interior del hombre. Este reduccionismo ha desviado a la iglesia de su verdadero propósito: ser un cuerpo vivo que impacte y transforme al mundo para Cristo. En lugar de eso, ha generado un distanciamiento que, en ocasiones, hace que el cuerpo de Cristo sea percibido como una secta cerrada y aislada.
En el extremo opuesto, algunas congregaciones han descuidado la verdadera doctrina y han terminado absorbidas por el sistema del mundo, adaptándose a sus valores y prácticas en vez de provocar que el mundo se transforme a la vida del Reino. No se trata de buscar un punto medio tibio entre extremos, sino de comprender que la esencia de la doctrina no es el aislamiento religioso ni la imitación del mundo, sino la transformación radical en Cristo. La verdadera doctrina no acomoda al creyente en una zona neutra, sino que lo impulsa a ser renovado en su entendimiento y a manifestar la vida del Reino en medio de la sociedad.
La doctrina no fue dada para encerrar a la iglesia en una cerca religiosa ni para diluirla en el sistema del mundo. Fue dada para sostener un cuerpo vivo que transforma y confronta con la verdad de Cristo. Convertir la doctrina en un muro que separa es un error común. El resultado son iglesias rígidas, incapaces de moverse en la dirección del propósito. Un esqueleto petrificado restringe la movilidad; así, una doctrina mal empleada impide avanzar.
“La letra mata, mas el Espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6). Este versículo no significa que la letra siempre mata, sino que tiene el potencial de hacerlo cuando se separa del Espíritu. La doctrina sin Espíritu es hueso seco; la doctrina en Cristo es hueso vivo.
Los huesos como memoria y sostén
El sistema óseo guarda en sí mismo la médula, donde se produce la sangre. Los huesos no solo sostienen, también generan vida. La doctrina, correctamente entendida, no es un simple armazón intelectual, sino un canal que produce vida espiritual.
El ejemplo bíblico de Ezequiel 37, el valle de huesos secos, muestra que los huesos pueden ser restaurados y llenos de vida por el soplo del Espíritu. Sin huesos, los músculos y ligamentos no tendrían sostén. De igual manera, la doctrina debe ser vivificada por el Espíritu Santo para producir la sangre espiritual que da vida. “Y pondré espíritu en vosotros, y viviréis” (Ezequiel 37:6). Los huesos secos son doctrinas muertas; los huesos vivificados son doctrinas que rescatan y manifiestan la intención del Espíritu de la Palabra.
La estructura que permite el movimiento
El esqueleto no existe para ser admirado, sino para permitir el movimiento del cuerpo. La doctrina tampoco existe para ser idolatrada, sino para sostener la misión de la iglesia. Un cuerpo con huesos fuertes puede correr, saltar y avanzar. Una iglesia con doctrina sana en Cristo puede movilizarse en misión, servicio y amor.
Cuando la doctrina se convierte en un fin en sí misma, el cuerpo se paraliza. Santiago 1:22 exhorta: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. La doctrina es el esqueleto que sostiene la misión, no la vitrina que exhibe dogmas intocables.
Rompiendo con la rigidez doctrinal
Muchos han confundido la sana doctrina con rigidez. Pero la verdadera doctrina en Cristo es flexible, capaz de adaptarse a los tiempos y no al mundo, sin perder su esencia. Los huesos tienen articulaciones que permiten flexibilidad; la doctrina debe tener articulaciones que permitan moverse en amor, misericordia y compasión.
Cuando la doctrina se convierte en un dogma rígido, las articulaciones sufren de artritis espiritual, dificultando el movimiento. Jesús lo enseñó: “El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado” (Marcos 2:27). La doctrina rígida paraliza; la doctrina articulada en Cristo moviliza a su cuerpo para hacer cosas grandes.
La médula ósea: fuente de vida
Dentro de los huesos está la médula, que produce glóbulos rojos y blancos. Sin médula, los huesos serían estructuras vacías. La doctrina sin médula (Cristo) es vacía. La doctrina con médula (Cristo en el centro) produce vida y defensa espiritual. Hebreos 4:12 describe la Palabra como viva y eficaz, capaz de penetrar hasta lo más profundo: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. La médula de la doctrina es Cristo; sin Él, solo quedan huesos secos.
No somos un museo de huesos doctrinales; somos un cuerpo vivo, sostenido por Cristo, articulado en amor y movilizado por el Espíritu. “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27).
La doctrina es el esqueleto que sostiene, la médula que da vida, las articulaciones que permiten movimiento y la estructura que posibilita misión. Cuando se entiende en Cristo, deja de ser un muro que separa y se convierte en un puente que conecta. La iglesia, entonces, no se paraliza ni se diluye, sino que se moviliza como cuerpo vivo, transformando la sociedad con la verdad del Reino.
Bendiciones a todos…
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