¿Sabes leer?

"Sólo los disciplinados en la vida son libres. Si eres indisciplinado, eres un esclavo de tus estados de ánimo y de tus pasiones." Eliud Kipchoge

    Vivimos en una época donde leer es común, pero comprender es raro. Donde la gente presume de haber leído libros, versículos, doctrinas… pero no ha sido transformado por ninguno.

Porque leer no es acumular información. Leer es permitir que el texto se revele mas allá de las entre líneas.

Y eso, amigo lector, no ocurre cuando lees desde tus emociones, tus prejuicios o tu cansancio.

“El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” 1 Corintios 2:14

Este versículo no habla de ignorancia intelectual. Habla de ceguera espiritual.

De esa incapacidad de ver lo invisible, de captar la intención detrás de la palabra, de leer el corazón del autor.

Porque el texto puede ser claro, pero si el lector está nublado, el mensaje se distorsiona.

Saber leer implica vaciarse. No para perderse, sino para ver con ojos limpios, como si fueran los ojos del mismo autor.

Es contener tus creencias, tu cultura, tu historia… sin negarlas, pero sin permitir que griten más fuerte que el texto, a fin de no torcer el espíritu vaciado en la letra.

Leer bien es como entrar en una sala de cirugía:

– No puedes llevar contigo tus herramientas viejas.

– No puedes operar con manos sucias.

– No puedes interpretar desde el dolor que no has sanado.

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Juan 5:39

Jesús no dijo “lean las Escrituras”, dijo “escudriñen”. Porque leer sin escudriñar es como mirar una radiografía sin saber qué buscar.

Y muchos hoy leen la Biblia como si fuera un catálogo de promesas, no un mapa del corazón de Dios, cuyo diseño siempre ha sido un huerto para hablar con el hombre, un sitio de encuentro llamado Cristo.

El orgullo, la altivez, el cansancio, la emoción del momento… todos son filtros que alteran la percepción. No cambian el texto, pero sí lo que vemos en él. Y lo que vemos, forman las ideas, y las ideas, forman el cristal con que vemos la vida.

Por eso, leer sin disciplina puede volverse riesgoso, pues quien no cultiva el hábito de la atención difícilmente dispone del tiempo ni la serenidad necesarios para detenerse en lo que no salta a la vista.

Cuando leemos sin saber leer, leemos rápido, interpretamos desde el estado de ánimo, y terminamos creyendo que Dios habló… cuando solo nos hablamos a nosotros mismos.

“Sólo los disciplinados en la vida son libres. Si eres indisciplinado, eres un esclavo de tus estados de ánimo y de tus pasiones.”

Esta frase de Eliud Kipchoge me llevó a evocar las palabras de Cristo: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). En ese instante comprendí que la disciplina no es solo una herramienta humana, sino una expresión del dominio propio que la Escritura nos aconseja cultivar.

Saber leer requiere silencio, paciencia, y humildad. Y eso no se encuentra en una mente agitada.

Hay quienes leen la Biblia como si fuera un manual de microondas. Otros leen poesía como si fuera un contrato. Y algunos leen enseñanzas como si fueran amenazas.

Leer entre líneas no es una técnica. Es una habilidad del manso y humilde que porta el Espíritu por el hambre y la sed de la palabra. Es saber que el texto tiene capas, intenciones, suspiros escondidos. Y que el autor no siempre grita, a veces susurra.

Muchos leen para confirmar lo que ya creen. No para ser confrontados. No para ser transformados. Y eso convierte la lectura en un espejo roto. Solo refleja lo que tú quieres ver. Pero el texto no está para complacerte. Está para revelarte. Y esa revelación incomoda, sacude y desinstala.

Por eso, el lector maduro no busca tener razón. Busca ser redimido. Busca entender el espíritu detrás de la letra. Busca al autor, no solo al mensaje.

Aquí te dejo estas frases con el propósito de despertar en ti esa lectura entre líneas:

– Leer sin discernir es como orar sin escuchar.

– El que no sabe leer entre líneas, termina obedeciendo entre gritos.

– La letra mata cuando el lector está vivo solo en sus emociones.

– La indisciplina no solo te hace llegar tarde, también te hace leer mal.

– No es que el texto no tenga profundidad, es que tú no traes oxígeno.

– El texto no se adapta a tu estado de ánimo. Tú debes adaptarte al espíritu del texto.

– El que lee para confirmar, nunca será transformado.

– La Escritura no se revela al que la usa como escudo, sino al que la recibe como espada.

Un ejemplo cotidiano de un mensaje mal leído, imagina que alguien te escribe:

“Estoy preocupado por ti. Me parece que estás tomando decisiones apresuradas. Quiero ayudarte.”

Si estás cansado, lo leerás como crítica. Si estás orgulloso, lo leerás como ataque. Si estás sensible, lo leerás como rechazo. Pero si estás en paz, lo leerás como amor. El texto no cambió. Tú cambiaste. Y eso pasa cada vez que lees la Escritura desde tu estado emocional, no desde el Espíritu.

El lector que despertó

Un joven leía la Biblia todos los días. Sabía versículos, doctrinas, argumentos. Pero vivía con miedo, juicio y orgullo.

Un día, alguien le dijo:

> “No estás leyendo la Biblia. Estás leyendo tus heridas.”

Eso lo sacudió. Comenzó a leer en silencio, sin prisa, sin querer tener razón. Y por primera vez, sintió que Dios le hablaba. No a su mente, sino a su espíritu. Desde entonces, dejó de leer para enseñar. Y empezó a leer para ser sanado.

Jesús no vino a darnos un libro. Vino a revelarnos el corazón del Padre. Y Las Escritura son el mapa que nos lleva a amar ese corazón, no es meramente el libro que nos dice el destino de los hombres en la tierra.

Pero si lees el mapa sin entender el propósito, terminarás perdido con La Escritura debajo del brazo.

“El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios…” 1 Corintios 2:14

“Escudriñad las Escrituras…” Juan 5:39

Leer entre líneas es leer con el Espíritu. Es permitir que el texto te lea a ti. Es dejar que el autor te revele su intención, no solo su información.

Y eso amado, requiere disciplina, mansedumbre y humildad.

Bendiciones…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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