¿Cuándo llegará el día en que despiertes y te des cuenta que te vendieron una pecera, y veas que hay un océano que está disponible, esperándote para que manifiesten lo que fuiste predestinado a ser?
El mundo no te quiere libre. Te quiere cansado, confundido, comparándote. Te quiere mirando al espejo y diciendo: “No soy suficiente”.
¿Te has preguntado por qué siempre te falta algo?
¿Por qué nunca llegas a ese “ideal”?
Porque el sistema fue diseñado para que nunca llegues.
Pero Pablo nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2).
El sistema te vende cuerpos perfectos, vidas perfectas, familias perfectas. Pero todo eso es una mentira bien maquillada. Te hace correr detrás de una imagen que nunca podrás sostener. Y mientras corres, compras. Mientras compras, te endeudas. Mientras te endeudas, te esclavizas.
El sistema no quiere que te sanes. Quiere que consumas buscando sanarte.
¿Quién dijo que tienes que parecerte a ellos?
¿Quién dijo que tu valor depende de tu apariencia, tu éxito o tu cuenta bancaria?
Pero Dios nos dice: “Porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
El sistema te compara. El Reino te conoce. El sistema te exige. El Reino te abraza.
El sistema te mide por lo que aparentas. El Reino te llama por lo predestino que eres.
¿Sabías que la industria de la belleza gana más cuando tú te odias?
¿Sabías que la publicidad funciona mejor cuando tú te sientes menos?
Pero Jesús no dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
El sistema es un ladrón disfrazado de oportunidad. Te roba la paz, te mata la identidad, y destruye tu propósito. Y luego te ofrece productos para “repararte”.
El sistema te rompe y luego te vende el pegamento.
Aquí es donde todo cambia. El Reino no te espera al final de un modelo. Te abrazó antes de que el mundo existiera.
Y Pablo nos dice: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4).
No tienes que ganarte el amor de Dios. Ya lo tienes en Cristo. No tienes que alcanzar la perfección. Cristo ya la alcanzó por ti, ¡acepta su plenitud! cargando tu cruz cada día.
El Reino no te exige llegar. Te dice quién eres desde el principio.
Dios dio una ley perfecta, en un pacto imperfecto, para un hombre imperfecto. La ley mostraba lo que no podíamos cumplir.
Por eso Pablo dijo: “Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él” (Romanos 3:20).
La ley era como un espejo que te mostraba la suciedad, pero no podía limpiarte. Era santa, pero no suficiente. Era justa, pero no sanadora.
La ley escrita en piedra te mostraba tu herida, pero no tenía medicina.
Aquí está la buena noticia. Cristo no vino a darte otra lista de reglas. Vino a cumplirlas por ti.
Pablo nos dice: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo… condenó el pecado en la carne” (Romanos 8:3).
Cristo no te observa desde lejos. Él es tu garantía. Él no te exige perfección. Él te cubre con la suya.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe… no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8–9).
Cristo no vino a exigirte lo imposible. Vino a entregarte lo eterno.
Ahora puedes dejar de correr. Puedes dejar de compararte. Puedes dejar de consumir para sentirte valioso. Tu valor no está en lo que logras. Está en lo que Cristo ya logró, y tú parte es caminar en la extensión de ese logro.
“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
Tu identidad no está en tu imagen. Está en tu diseño original. Tu propósito no está en alcanzar un estándar. Está en reflejar a Cristo.
El sistema te quiere esclavo. El Reino te llama hijo.
– Al sistema del mundo le conviene que nunca te sientas suficiente.
– Te vende modelos inalcanzables para que vivas persiguiendo una imagen que nunca podrás sostener, y así consumas sin parar, buscando completarte.
– Pero el Reino no te espera al final de un modelo: te abrazó antes de que el mundo existiera.
– No te exige que te perfecciones para entrar, te invita a ser completo en Cristo desde el principio.
– El antiguo pacto te mostraba lo que no podías cumplir.
– El nuevo pacto te entrega lo que Cristo ya cumplió por ti.
– Él no te observa desde lejos: Él es tu garantía.
Bendiciones…