הִתְפַּייְּסוּת

Un cuerpo donde solo cinco órganos funcionan es un cuerpo enfermo. Cristo no diseñó un cuerpo mutilado ni paralizado...

Reconciliación

     Imagina la escena: un supermercado lleno de alimentos frescos, estantes rebosantes de pan, frutas y carne. Sin embargo, solo cinco personas tienen acceso a comprar, mientras el resto observa desde afuera, con hambre y vacío. El alimento se desperdicia, la mayoría se queda sin fuerzas.

Así ha sido la iglesia cuando se ha limitado la gracia de Cristo a los llamados “cinco ministerios”: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros (Efesios 4:11). Se ha enseñado que solo ellos pueden alimentarse directamente, mientras el resto espera pasivamente. Pero Cristo abrió la puerta para todos.

Jesús mismo declaró: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre” (Juan 6:35). No dijo “solo los cinco ministerios vendrán a mí”, sino todo aquel que cree.

Repite conmigo: Algo tan básico como el alimento espiritual no puede ser únicamente para el provecho de los pastores, profetas, maestros, evangelistas y apóstoles.

En una familia, si solo el padre trae provisión y la madre cocina, pero los hijos nunca colaboran, la casa se derrumba. Todos deben participar: uno lava, otro barre, otro cuida.

Así es el cuerpo de Cristo. No son cinco los que sostienen la casa, es toda la familia. Pablo lo explica con claridad: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Corintios 12:12).

Cada miembro tiene una función. Si uno no la cumple, el cuerpo sufre.

Repite conmigo: En una casa, las cargas de responsabilidades son compartidas; si no hago mi parte, la casa se cae.

Un equipo de fútbol no gana si solo cinco jugadores tocan el balón y los demás se quedan mirando. Cada posición importa: defensas, portero, medio campo y delanteros.

Así es la iglesia: no hay banca de espectadores. Todos juegan porque todos son ministros. Pablo lo reafirma: “A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:7).

No dice “a cinco se les da”, sino a cada uno.

Repite conmigo: Mi Señor, no soy banca, ni jugador en la banca. Me niego a ser una silla blanca. Soy jugador y mi lugar es el terreno de juego.

Si solo cinco bombillos se encienden en una ciudad, la mayoría vive en oscuridad. Pero cuando cada casa prende su luz, la ciudad brilla.

Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5:14). No dijo “cinco lámparas son la luz”, sino vosotros, todos.

Repite conmigo: Soy el responsable de que en mi casa haya luz.

El problema nace de una interpretación limitada de Efesios 4:11. Se ha creado una jerarquía artificial, como si los cinco ministerios fueran títulos exclusivos y no dones para edificación.

Pero la Escritura lo aclara: “Nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Corintios 3:6). No dice “a cinco los hizo competentes”, sino nos hizo.

Pedro lo confirma: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

¿Hay jerarquía entre los ministerios? No. Absurdo. Todos somos parte de un mismo cuerpo, llamados a un mismo propósito.

El ministerio de la reconciliación

Jesús fue ungido por el Padre cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él en el Jordán (Mateo 3:16-17). Esa unción no fue para darle un título, sino para habilitarlo en una tarea: el ministerio de la reconciliación.

Pablo lo explica: “Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).

Ese es el único ministerio central: la reconciliación. Todos los demás ministerios son parte de ese único ministerio. El profeta, el maestro, el apóstol, el evangelista y el pastor existen para edificar al cuerpo, a fin de que éste pueda cumplir con el gran llamado de la reconciliación de todas las cosas.

Repite conmigo: Un cuerpo donde solo cinco órganos funcionan es un cuerpo enfermo; Cristo no diseñó un cuerpo mutilado ni paralizado en una espera generacional.

La distorsión de la jerarquía

¿Por qué entonces vemos jerarquía entre los cinco ministerios? Por desviaciones humanas. Algunos ministros han servido más a sí mismos que al cuerpo. Han enseñado a esperar pasivamente, a sentarse en la “silla blanca” de la espera, en lugar de activar el propósito.

Se habla de libertad, pero se cautiva el propósito. Se dice que somos luz, pero se enseña a esperar la venida de la luz.

Pero la verdad es clara: ¿Puede la cabeza ser ungida y el cuerpo no estar ungido? Imposible. Cristo es la cabeza, y nosotros somos su cuerpo. Si la cabeza fue ungida, el cuerpo también lo fue.

Repite conmigo: Soy ministro competente de un nuevo pacto, ungido en Cristo con la mayor unción.

La función de los cinco ministerios

Entonces, ¿qué función cumplen los cinco ministerios? Servir al cuerpo, edificarlo para que cumpla su propósito. No anclarlo a una silla blanca para dominarlo.

Efesios 4:12 lo explica: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.”

Los cinco ministerios no son un fin en sí mismos. Son herramientas para que todos los santos hagan la obra del único ministerio de la reconciliación.

Despertar del cuerpo

Amado, las cuatro analogías del principio deben sacudir tu ser. El supermercado, la casa, el equipo y la ciudad iluminada nos muestran que no podemos seguir limitando la obra de Cristo a cinco personas, y mucho menos depender de ellas.

Los cinco ministerios son necesarios, pero jamás estarán por encima del ministerio de la reconciliación. Ese ministerio es el llamado de todos.

Pablo lo declara: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18).

No dice “a cinco les dio”, sino nos dio.

Aplicación práctica

1. En tu casa: No esperes que solo el pastor ore. Ora tú también. No esperes que solo el maestro enseñe. Enseña a tus hijos.

2. En tu ciudad: No esperes que solo el evangelista predique. Sé tú la luz en tu trabajo, en tu barrio.

3. En tu iglesia: No seas espectador. Participa, sirve, comparte, edifica.

4. En tu vida personal: No digas “no soy llamado”. Cristo ya te llamó, estás ungido en Él, ya te habilitó.

Un cuerpo donde solo cinco órganos funcionan es un cuerpo enfermo. Cristo no diseñó un cuerpo mutilado ni paralizado.

Él nos llamó a ser un cuerpo vivo, activo, reconciliado. Todos somos ministros. Todos somos luz. Todos somos parte de la familia.

Repite conmigo: Soy ministro de reconciliación. No soy espectador. No soy banca. Soy parte del cuerpo vivo de Cristo.

La iglesia no puede seguir siendo un supermercado cerrado, una casa desequilibrada, un equipo incompleto o una ciudad apagada.

Cristo nos reconcilió con el Padre y nos dio el ministerio de la reconciliación. Ese ministerio es tuyo, mío, de todos.

Que esta enseñanza despierte tu espíritu y te saque de la silla blanca. Que te levante como ministro competente de un nuevo pacto.

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).

El mimistro llamado a ser competente del nuevo pacto no es el pastor, ni el apostol, ni el profeta, ni el evangelista, ni el maestro, eres tú.

 

Bendiciones a todos …

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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