La figura del policía es una de las más reconocidas en nuestra sociedad. Representa orden, justicia y protección. Sin embargo, detrás de ese uniforme hay un ser humano que ha pasado por un proceso riguroso: estudios de las leyes, entrenamiento físico, pruebas psicológicas, y la constante presión de enfrentar violencia con violencia, y violencia con paz. Todo esto con un solo propósito: servir al público.
Ahora bien, pensemos en este escenario: el policía ha cumplido con todo su entrenamiento, ha demostrado disciplina y firmeza, pero llega su día libre. Sale a la calle sin uniforme, hace diligencias personales, compra en el mercado, camina entre la gente. Si surge una situación de riesgo, las personas alrededor no lo tratarán como policía, porque no lleva puesto el uniforme. Aunque él sigue siendo policía por identidad y vocación, carece de la imagen que le da autoridad ante los demás.
Sin el uniforme, el policía no tiene autoridad visible. Y así también ocurre en la vida espiritual: no basta con haber sido transformados, con conocer las Escrituras, con tener el Espíritu de la Palabra. Debemos vestirnos cada día de Cristo. Romanos 13:14 lo declara con fuerza: “sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”
Un policía no llega a serlo por casualidad. Su camino está lleno de pruebas:
– Estudios de las leyes: debe conocer la normativa que regula la sociedad. Sin ese conocimiento, no puede ejercer justicia.
– Entrenamiento físico: debe estar preparado para enfrentar situaciones de riesgo, persecuciones, defensa propia.
– Resistencia psicológica: debe aprender a mantener la calma en medio del caos, a responder con firmeza sin perder la compostura.
Todo esto lo capacita para cumplir su misión: servir al público, garantizar el orden social, proteger la vida de los ciudadanos.
De la misma manera, el creyente pasa por un proceso espiritual: estudio de la Palabra, entrenamiento en la oración, resistencia en medio de pruebas. Pero todo esto tiene un propósito: servir a Dios y reconciliar los corazones de los hombres con Él.
El uniforme del policía no es un simple traje. Es el símbolo que le da autoridad frente a la sociedad. Cuando lo lleva puesto, las personas reconocen su rol y se someten a su dirección. El uniforme distingue al policía del resto de la población.
Sin embargo, cuando está sin uniforme, aunque tenga todo el conocimiento y la capacidad, carece de la imagen que le da autoridad y el armamento que le da poder..
Muchos creyentes han sido transformados, conocen las Escrituras, tienen el Espíritu, pero no se visten cada día de Cristo. Caminan por la vida como policías sin uniforme: con identidad, pero sin autoridad visible. La gente no ve a Cristo en ellos, sino al hombre o la mujer natural.
Romanos 13:11-14:
– 11 “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos.
– 12 “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.”
– 13 “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia.”
– 14 “sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”
Vestirse de Cristo cada día. No basta con haber sido transformados; debemos mostrar a Cristo en todo momento, hacernos conscientes de esta verdad.
El policía sin uniforme sigue siendo policía por identidad, pero carece de autoridad visible. El creyente sin Cristo sigue siendo creyente por identidad, pero carece de poder espiritual para impactar a los demás.
– Identidad sin autoridad: es como tener un título guardado en un cajón. Nadie lo ve, nadie lo reconoce.
– Autoridad sin identidad: es imposible. No se puede fingir ser policía sin haber pasado por el proceso. Tampoco se puede fingir ser Cuerpo de Cristo sin haber sido transformado.
– Identidad con autoridad: es nuestra naturaleza perfecta. El policía con uniforme cumple su misión. El creyente vestido de Cristo cumple su asignación.
El apóstol Pedro nos recuerda que somos “real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9). Como sacerdotes reales, necesitamos un ropaje real. Ese ropaje no es humano, no es una apariencia externa, sino Cristo mismo cubriendo cada parte de nosotros.
Vestirse de Cristo significa:
– Mostrar su carácter: humildad, mansedumbre, amor.
– Reflejar su justicia: vivir en santidad, sin mezcla con el pecado.
– Manifestar su poder: caminar en fe, ejercer autoridad espiritual.
Así como el policía busca garantizar el orden social, nosotros buscamos transformar el mundo, reconciliando los corazones con Dios.
La urgencia del tiempo
Pablo dice: “La noche está avanzada, y se acerca el día.” (Ro 13:12).
Ahora te digo que el día llegó, el tiempo no es corto, ni la noche avanzada, el tiempo nos alcanzó. No podemos caminar desnudos espiritualmente. No podemos ser creyentes sin uniforme. El mundo necesita ver a Cristo en nosotros.
Cada día debemos decidir: ¿me visto de Cristo o camino como un policía sin uniforme? ¿Muestro a Cristo o muestro mi carne? La diferencia es radical: uno tiene autoridad, el otro no.
Ejemplos prácticos
– En el trabajo: si no mostramos a Cristo, somos como policías sin uniforme. Nadie reconocerá nuestra autoridad espiritual, en consecuencia, no provocaremos reconciliación.
– En la familia: si no vestimos a Cristo, nuestras palabras carecen de poder para transformar.
– En la sociedad: si no reflejamos a Cristo, somos invisibles espiritualmente, incapaces de impactar.
Vestirse de Cristo es más que una metáfora: es una necesidad diaria. Es la diferencia entre ser reconocidos como hijos de Dios o pasar inadvertidos.
Conclusión: El uniforme de Cristo
El policía sin uniforme sigue siendo policía, pero carece de autoridad visible. El creyente sin la vestidura de Cristo sigue siendo creyente, pero carece de autoridad y poder espiritual. Romanos 13:14 nos llama a vestirnos del Señor Jesucristo cada día. No basta con haber sido transformados, con conocer las Escrituras, con tener el Espíritu. Debemos mostrar a Cristo en todo momento.
El uniforme del creyente es Cristo mismo. Ese uniforme nos da autoridad, poder y distinción. Nos habilita para cumplir nuestra asignación: reconciliar los corazones de los hombres con Dios. Sin Cristo, somos policías sin uniforme. Con Cristo, somos herederos y servidores del Reino, transformando el mundo con su luz.
Hoy es tiempo de despertar. El día llegó. Desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Vestirse de Cristo no es opcional, es vital. Que las gentes no vean al hombre ni a la mujer, sino que vean a Cristo en nosotros. Porque sólo así tendremos autoridad espiritual para cumplir nuestra asignación.
Bendiciones a todos…
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