Ex 25:8: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.”
Siempre Dios nos anuncia desde el principio el final (Is 46:10). Partiendo de esta verdad, el patrón divino no se equivoca.
Extensión implica movimiento, y movimiento implica vida, entonces extender es parte de la vida. Llenar la tierra de la gloria de Jehová es una justicia que encarna todo aquel que ama la obra de Dios.
¿De qué sirve un pastor, un evangelista o un maestro, si lo único que producen son discípulos atados a la figura del “hombre de Dios”, en lugar de discípulos libres, maduros y capaces de transformar la tierra que pisan?
¿De qué sirve una iglesia fija que concentra sus esfuerzos en llenar sus cuatro paredes, si el diseño original del tabernáculo fue concebido para moverse junto al pueblo de Dios? El tabernáculo no era un monumento estático, sino una señal viva de que la presencia divina acompaña, guía y transforma el camino. Cuando la iglesia se obsesiona con atraer multitudes a un edificio, corre el riesgo de olvidar que su verdadera misión es desplegar generaciones de discípulos que irrumpan en la tierra, llevando luz, sal y justicia donde hay oscuridad. La movilidad del tabernáculo nos recuerda que el Reino no se encierra: se expande, se desplaza y se manifiesta en cada territorio que necesita despertar.
¿De qué sirve un maestro si no se forma un solo discípulo de Cristo? La verdadera medida del ministerio no está en la elocuencia ni en la cantidad de oyentes, sino en la capacidad de reproducir la vida de Cristo en otros. Un discípulo genuino no depende de cargar Las Escrituras bajo el brazo o en un dispositivo, porque La Palabra ya está escrita en su mente y grabada en su corazón. Tal como declara Jeremías 31:33: “Pondré Mi ley en su interior y la escribiré en su corazón; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.”
Un creyente formado encarna la Palabra, se convierte en justicia viviente y en testimonio que transforma su entorno. No es un consumidor pasivo de mensajes, sino un tabernáculo en movimiento, portador de la presencia de Dios en medio del pueblo. Y en esa conciencia, hace discípulos que a su vez hacen más discípulos, multiplicando la vida del Reino y extendiendo la gloria de Dios en la tierra.
Dentro de unas décadas, miraremos hacia atrás y recordaremos la época de las grandes mega iglesias, miles y miles de personas reunidas en auditorios que se consumían a sí mismos, convencidos de que asistir semana tras semana era el evangelio. Era una generación marcada por el consumo religioso: programas, eventos y mensajes diseñados para mantener a las multitudes ocupadas, pero muchas veces anulando la capacidad de trascender las paredes.
Sin embargo, estoy confiado en que veremos otro escenario en esos días: comunidades donde el culto a las personalidades ministeriales ya no será la norma, sino espacios donde hombres y mujeres asumen con responsabilidad el legado de Cristo, donde no se confunda más con el legado del hombre, apropiándose una obra que no es suya. Allí se ejercerá el Real Sacerdocio, como declara 1 Pedro 2:9: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”
Las cuatro paredes dejarán de ser centros de consumo espiritual y se transformarán en verdaderos talleres de formación, donde se entrenan generaciones de Reyes y Sacerdotes para este Reino Milenial presente. No serán monumentos de consuelo al alma, sino plataformas de misiles que gobiernan y transforman territorios, donde cada discípulo entiende que no está llamado a consumir, sino a encarnar y transmitir el único legado. El futuro de la iglesia no será recordado por auditorios llenos de oyentes, sino por territorios despertados por discípulos que llevan la presencia de Dios y multiplican su impacto más allá de cualquier frontera.
Donde hay dos o más reunidos en el nombre de Cristo, hay llamado, hay Reino, hay muerte y hay resurrección. La vida del discípulo y del ministro no se mide por cuánto retiene, sino por cuánto transmite. El peor favor que un ministro competente del nuevo pacto puede hacerle a su Señor es creer que puede sostener el testigo del misterio hasta el final de la carrera, como si fuera una competencia individual. La carrera del Reino es de relevos, y cada tramo exige humildad para entregar lo recibido. Retenerlo es egoísmo, es construir un reino personal que se extingue en sí mismo.
El llamado no es a pasar un único testigo, sino muchos, porque cada entrega habla de extensión, multiplicación y legado. El Reino se expande cuando los ministros entienden que son corredores temporales, portadores de un misterio que debe ser compartido, no guardado. Allí está la verdadera victoria: en el relevo que activa generaciones.
Bendiciones a todos …
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