Si la vida fuera una corrida de toros, muchos descubrirían que se han acomodado como relleno en las gradas, anestesiados por la rutina, aplaudiendo lo que no entienden. Se olvidaron de que fueron diseñados no para observar el ruedo, sino para entrar en él, tomar el capote con propósito y mirar al toro (las confrontaciones de la vida, la verdad que incomoda, el llamado divino) directamente a los ojos. Porque solo quien se atreve a enfrentarlo, podrá descubrir que el toro no vino a matarlo, sino a despertar lo que estaba dormido.
Amado, si tus ojos han llegado hasta estas líneas, no es por casualidad. Algo en tu espíritu ha empezado a incomodarse, a sacudirse, a decir “basta”. Esta enseñanza no es un mensaje más: es un espejo, una sacudida, un mapa hacia lo que sabes que debe cambiar. Así que ajusta el cinturón del alma, abre bien los ojos, y prepárate para desmontar lo que ya no puede seguir igual.
Porque solo el que se ha dormido profundamente puede despertar con violencia interior. El que ha vivido como NPC y logra salir del sistema, llegará a mirar con compasión a los que aún están atrapados. Y a veces, hay que perderse del todo para que el Reino te encuentre.
Un NPC (personaje no jugable) es aquel que transita el mundo repitiendo frases programadas, cumpliendo funciones prediseñadas, sin conciencia ni capacidad de decisión propia. En un entorno espiritual, este término se convierte en una poderosa metáfora: representa al ser humano que ha dejado de preguntarse, que vive según narrativas prestadas, que repite doctrinas sin discernimiento, y que ha desconectado su identidad original en Cristo porque cree firmemente que basta con hallarle. Un NPC espiritual no necesariamente es peligroso, pero sí ha perdido la capacidad de escucha profunda, de respuesta personal, y de confrontación transformadora. Es aquel que ha cedido su rol activo en el Reino por comodidad, dogma o rutina.
Imagina un pueblo donde todos caminan en fila. Nadie pregunta adónde van. Solo siguen al que está delante, repiten lo que escuchan, dicen lo que otros dicen, oran lo que otros oran. Allí, pensar es peligroso. Cuestionar es pecado. Sentir algo diferente… es señal de debilidad. Uno mira y no ve rostros, solo máscaras que repiten frases viejas como si fueran verdades eternas. Es como si la vida hubiera quedado atrapada en un manual de obediencia esclavista.
Había uno que vivía allí, como todos. Se levantaba, comía, trabajaba, decía «amén» cuando debía decirlo, sonreía cuando debía hacerlo. Le enseñaron que eso era ser fiel. Le dijeron: “No pienses mucho, confía. No preguntes, solo sigue.” Y él lo hizo, hasta que un día la rutina le pesó más que el alma. Sintió que algo dentro se le estaba muriendo, y no sabía qué.
Fue entonces cuando escuchó una voz en su mente, cortante como relámpago: “Si el mundo te aplaude, revisa qué parte de ti está en venta.” Esa frase no venía del púlpito, ni de los libros que coleccionaba sin leer. Era como si alguien lo estuviera despertando desde adentro. Y luego otra: “Pensar igual que todos no es señal de unidad, es prueba de hibernación mental.”
Algo se rompió. El manual que lo mantenía cómodo comenzó a parecerle una cárcel. Se dio cuenta de que había vivido creyendo que la obediencia era no decir nada, no pensar nada, no sentir nada. Pero entonces recordó a Jesús: el que sanaba en sábado, el que hablaba con pecadores, el que tocaba leprosos, el que rompía las reglas para restaurar a las personas. Ese no era un NPC. Ese era un fuego libre. Y ese fuego dijo: “Sígueme.”
Y entendió que seguir a Cristo no es repetir fórmulas, es aprender a escuchar su voz entre el ruido. “Hay creyentes tan programados que ni el Espíritu puede actualizar su sistema operativo”. Ese pensamiento lo sacudió. ¿Era él uno de esos?.
Decidió entonces no repetir más. No para rebelarse, sino para despertar. Comenzó a leer la Biblia sin buscar confirmación, sino confrontación. Descubrió versículos que le hablaron más que las interpretaciones del sistema. “No os conforméis a este siglo,” empezó a resonar distinto, tenía un nuevo sabor. Otro susurraba: “Ocúpate en tu salvación con temor y temblor.” Eso no sonaba pasivo. Sonaba a vida. Dejo de ser un llamado egoísta, a ser una llamado a la transformación.
En su corazón nació una pregunta incómoda: “¿Y si todo lo que aprendí fue solo parte del sistema?” No para negar la fe, sino para encontrarla sin envoltorio, para verla a la forma y manera de los demás. Y allí, en medio de la duda, encontró al Dios que no pide copias “cristianas”, sino hijos del Reino.
Desde ese día, cuando escucha a otros repetir sin pensar, no se burla. Pero tampoco se une. En su mente sigue vibrando la frase: “La verdad ofende al NPC porque para él es herejía”. Y decide vivir como quien ha sido tocado por el Espíritu, no como quien colecciona y repite frases ajenas.
Si lo miras hoy, parece el mismo. Camina igual, sonríe igual. Pero ya no repite. Ya no teme. Ya no finge. Porque descubrió que Cristo liberó a los cautivos, no a los conformistas religiosos que se sienten cómodos en los Egiptos dogmáticos de hoy.
Y tú… ¿aún estás siguiendo o ya empezaste a funcionar?, ¿aún tienen confiscada tu mente o ya empezaste a discernir?.
Bendiciones…