No apto para religiosos

Cuando se confronta lo establecido la incomodidad empieza a reinar.

     No apto para los que aún negocian con el sistema. No apto para los que siguen esperando lo que ya fue entregado. Porque el Reino no se mendiga, se gobierna. Y el que espera lo que ya está, revela que aún no ha visto. Ir de frente como lo hizo Cristo es mejor que decir lo políticamente correcto. Las fuerzas del cielo no negocian con el romanticismo litúrgico ni con el amarillismo doctrinal.

El Reino no se construye con metáforas emocionales, sino con juicio, gobierno y plenitud. La escatología no es un apéndice teológico, es el mapa del propósito eterno. Si queremos lavarle la cara a Papá, debemos arrancar las vendas de la religión y rescatar el diseño original: un huerto, un encuentro, una expansión. Ese huerto fue reabierto hace más de dos mil años, no con flores, sino con sangre. Y hoy no es un jardín escondido, es un sistema de plenitud que avanza hasta cubrir la tierra con la gloria de Jehová.

Pero la religión sigue vendiendo humo. Sigue vendiendo miedo. Sigue vendiendo un futuro que nunca llega, porque no sabe leer el pasado.

La escatología religiosa es una fábrica de ansiedad, una maquinaria de evasión, una narrativa que posterga el Reino para no tener que rendir cuentas hoy. Según esa narrativa, la Gran Tribulación está por venir. Estamos en “principio de dolores”. Todo se va a poner peor, y entonces vendrá el escape: el arrebatamiento. Algunos dicen que será antes, otros durante, otros después. Pero todos coinciden en que Cristo viene pronto, como un ladrón, para llevarse a los suyos. Y una vez arrebatados, unos dicen que la Iglesia alabará eternamente en el cielo, mientras otros aseguran que volverá en una ciudad de oro, en una nueva tierra literal, con nuevo cielo.

Allí comenzará el Reino Milenial, un periodo de mil años literales donde Cristo reinará físicamente desde Jerusalén. Y al final de esos mil años, Satanás será soltado, hará estragos, y luego será capturado para siempre.

Esa es la escatología del miedo. La escatología del aplazamiento. La escatología que infantiliza a la Iglesia y la convierte en espectadora. Pero hay otra escatología. La escatología del Reino. La escatología que no espera, sino que gobierna. La escatología que no posterga, sino que activa. Según esta escatología, la Gran Tribulación ya ocurrió. Terminó en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su templo. Fue juicio, no contra el mundo, sino contra la ciudad que mataba profetas. Fue la culminación de una era, el cierre del antiguo pacto, la sepultura de un sistema que ya no podía sostener la gloria. Y con ese juicio, comenzó el arrebatamiento. No como evento literal, sino como acto espiritual. Cristo incorporó a los suyos, vivos y muertos, de todo tiempo, al reconocerlo como Señor. Y ese arrebatamiento sigue hoy, cada vez que una vida entra en su Reino. No es un escape, es una incorporación. No es evasión, es activación.

Cristo no puede venir porque ya reina. Vino en las nubes, no hacia nosotros, sino al Anciano de Días. Su venida fue juicio contra Jerusalén, la ciudad que mataba profetas. Ese fue el verdadero “Cristo viene pronto”. No vino a salvar del pecado, sino a salvar a los suyos de la persecución de los judíos. Y desde entonces, tenemos gobierno. Cristo como Rey, la Iglesia como su cuerpo. Y así reinará hasta que todo enemigo esté bajo sus pies. No estamos en pausa escatológica, estamos en despliegue apostólico.

La Iglesia no fue diseñada para cantar eternamente en el cielo, sino para extender el Reino en la tierra, hasta que toda nación sea llena de su gloria. El Reino no es un evento futuro, es una realidad presente. No es una promesa lejana, es una estructura activa. El Reino Milenial comenzó cuando Cristo recibió el mando ante el Anciano de Días, cuarenta días después de su resurrección.

Solo la mente religiosa insiste en contar mil años de forma literal, porque no logra ver que es un Reino eterno, ya activo y en plenitud.

Pero para ver esto, hay que morir. Morir a la doctrina heredada. Morir al miedo institucional. Morir al romanticismo litúrgico. Porque el Reino no se entiende desde la cátedra, sino desde el Espíritu. No desde el púlpito, sino desde el trono. Y ese trono no está en el cielo esperando ser ocupado. Es un trono que une el cielo y la tierra, y que está en plena ejecución. La tierra toda será el huerto masivo de reunión entre Dios y los hombres, llamado Cristo. No como individuo, sino como estructura viva, como cuerpo gobernante, como luz que alumbra de día y de noche. No es una utopía futura, es una realidad presente que se construye hoy, a través de los reyes y sacerdotes, de los árboles de justicia, nacidos en el tiempo del Reino Milenial.

Y si aún dudas, no te voy a dar versículos. No porque no los haya, sino porque no es el propósito de este escrito. Si quieres respuestas, búscalas tú. Pero hazlo en presencia del Espíritu, sin miedo al “padre espiritual”, sin temor a la “cobertura”, sin filtro doctrinal. Debes tener por basura todo lo que aprendiste, incluso lo que crees haber aprendido en tu caminar con Cristo. Porque la letra mata, como mató a la niña de los ojos del primer pacto. Solo el Espíritu vivifica. Y el Espíritu no está esperando el milenio, está gobernando desde el huerto reabierto.

Cristo no se detiene a señalar la suciedad. Él confronta la hipocresía. Él no negocia con el sistema, lo desmantela. Él no espera que la Iglesia se prepare, la activa. Y tú, ¿vas a seguir esperando lo que ya fue entregado? ¿Vas a seguir cantando himnos de escape mientras el Reino avanza sin ti? ¿Vas a seguir defendiendo doctrinas que postergan la gloria? O vas a gobernar desde el huerto, desde el Reino, desde la plenitud.

Porque el Reino no es para los que esperan, sino para los que ejecutan. No es para los que oran por señales, sino para los que son la señal, la luz y la sal del mundo. No es para los que cantan por fuego, sino para los que son fuego. Y si tú naciste en el tiempo del Reino Milenial, no puedes vivir como si estuvieras en las postrimerías de una gran tribulación.

No puedes vivir como si Cristo aún no reina. No puedes vivir como si el huerto estuviera cerrado. Porque el huerto fue reabierto. Y no es un jardín escondido, es una estructura viva. Es Cristo. Más que un hombre, un sistema de total plenitud. Donde la luz del Padre alumbra de día y de noche. Donde no hay templo, porque el Cordero es el templo. Donde no hay sol, porque la gloria lo ilumina todo. Donde no hay espera, porque todo fue entregado, todo fue consumado.

Así que rompe el velo. Rompe la doctrina. Rompe el miedo. Rompe el romanticismo. Rompe el amarillismo. Rompe el sistema Darbyniano. Y gobierna. Porque el Reino no es para los que entienden, sino para los que ejecutan. No es para los que estudian, sino para los que activan. No es para los que esperan, sino para los que caminan como resucitados. Y si tú eres uno de ellos, entonces no puedes seguir negociando con el sistema. No puedes seguir cantando himnos de escape. No puedes seguir defendiendo doctrinas que postergan la gloria. Porque el Reino ya está. El huerto ya fue reabierto. Y tú naciste para gobernar desde allí.

Bendiciones a todos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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