Introducción
Muchos llegan a Cristo con entusiasmo, pero pronto se encuentran con luchas internas, caídas repetidas y frustraciones. Se preguntan: ¿Por qué sigo fallando si ya acepté al Señor? La respuesta está en la figura del náufrago.
Un náufrago no llega con su barco intacto. Llega despojado, sin nada que lo sostenga de su vida anterior. Y es allí donde comienza la verdadera obra de Dios.
El barco roto
El barco representa nuestras costumbres, deseos y refugios del mundo. Cuando intentamos llegar al Reino en nuestro propio barco, seguimos buscando el confort de lo que nos mantenía antes.
“Porque el Señor quebrantará la casa de los soberbios; mas afirmará la heredad de la viuda” (Proverbios 15:25).
Este versículo poco citado nos recuerda que Dios destruye lo que el hombre construye en orgullo, para dar lugar a lo que Él sostiene en dependencia.
Y la lucha arrecia cuando nosotros los ministros, nos prestamos para consolar el alma de los creyentes, usurpado el lugar del Espíritu de Dios, con prédicas que alientan los deseos del alma en lugar de guiarlas para que se vuelvan al diseño original.
El náufrago es aquel que ya no tiene barco. Su refugio fue destruido. Y aunque al inicio parece una tragedia, en realidad es la oportunidad que nos da Dios para comenzar de nuevo.
El despojo como ventaja
El náufrago pierde todo lo que le daba significado en su vieja vida. No puede aferrarse a nada. Esa pérdida es su ventaja: lo obliga a depender del nuevo lugar donde Dios lo ha puesto.
“Y secaré sus mares, y haré que se sequen sus manantiales.” (Jeremías 51:36)
Este versículo es poderoso porque refleja como Dios seca los mares y manantiales que antes eran sustento, obligando al hombre a depender de lo nuevo que Él provee.
Así también, Dios seca los ríos de nuestra vieja vida. Nos deja sin provisión de lo antiguo, para que aprendamos a beber del manantial de Cristo.
La incomodidad del nuevo terreno
El lugar donde llega el náufrago parece inhóspito. No hay comodidades, no hay recuerdos del pasado. Pero es allí donde se prueba su potencial.
“Y los que habitan en la tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Isaías 9:2).
El náufrago llega a un terreno oscuro, pero allí la luz de Cristo se revela.
La incomodidad es necesaria. Si el terreno fuera cómodo, el alma nunca renunciaría a su manera de vivir.
La resistencia del alma
El alma se resiste a morir. Busca volver al barco, a las viejas costumbres. Pero Cristo nos confronta: no podemos seguir siendo los mismos. Un náufrago no puede volver atrás.
“El que ara para sí se saciará de su propia carne; mas el que ara para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:8)
El alma quiere seguir arando para sí misma, sin embargo , el alma del naufrago ya no tiene elección, su destino es vida eterna.
La renuncia como arma
La enseñanza del náufrago nos confronta: debemos renunciar a nuestra manera de vivir. No se trata de mejorarla, sino de dejarla atrás.
📖 “Y me dijo Jehová: No ores por este pueblo para bien” (Jeremías 14:11).
Este versículo muestra que Dios no bendice la vieja manera de vivir. No se trata de pedir que Dios la arregle, sino de renunciar a ella.
La renuncia es el arma que destruye la resistencia del alma.
El proceso de rehacer la vida
El náufrago rehace su vida desde cero. Todo es nuevo. Ya no vive según las repeticiones corruptas del mundo, sino según el diseño original de Dios.
📖 “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ezequiel 36:27).
Este versículo nos recuerda que la nueva vida no depende de nuestra fuerza, sino del Espíritu que nos guía.
El náufrago trasciende a su condición cuando abraza esta nueva forma de vivir.
La confrontación del Reino
El Reino no es un refugio cómodo. Es una confrontación constante contra la vieja vida.
El Reino no negocia con la carne. La espada de Dios corta lo que no pertenece a Cristo.
El náufrago debe aceptar esta confrontación. Solo así se revelará su diseño original.
La autenticidad de Cristo
La meta no es sobrevivir, sino revelar la manera auténtica de vivir de Cristo.
“Porque vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).
Este versículo nos recuerda que la verdadera vida no está en nosotros, sino en Cristo.
El náufrago deja de ser sobreviviente y se convierte en testimonio vivo de Cristo.
Momento crítico
Imagina al náufrago en la orilla, temblando, sin nada. El sol quema, el hambre aprieta, la soledad lo rodea. Pero allí escucha una voz: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).
Esa voz lo levanta. Le muestra que lo inhóspito es en realidad el terreno fértil donde Dios planta su diseño.
El náufrago comienza a caminar. Cada paso es renuncia. Cada paso es confrontación. Cada paso es revelación.
Renuncia al barco, su destino es hundirse, deja atrás tus costumbres, deseos y refugios del mundo.
Acepta la incomodidad: el terreno nuevo parece duro, pero allí se revela Cristo.
Abraza la confrontación: el Reino no negocia con la carne.
Rehaz tu vida en el Espíritu: permite que Dios te guíe en su diseño original.
El náufrago en Cristo no es un sobreviviente. Es alguien que, al perderlo todo, descubre la vida verdadera en Cristo.
“Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
La perseverancia del náufrago lo lleva a dejar de ser náufrago y convertirse en hijo revelado.
Palabras finales
Esta enseñanza es un arma contra el alma que se resiste a la redención. Nos confronta para que renunciemos a nuestra manera de vivir. Nos recuerda que el barco debe romperse, que la incomodidad es necesaria, que la renuncia es la clave, y que solo en Cristo encontramos la manera auténtica de vivir.
Bendiciones a todos…
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