El Velo de la Religión: Cuando el Hombre llamado a ser real sacerdocio, se convierte en sastre.
Pensaba que los velos eran cosa de moda. Que se usaban en bodas, en culturas, en tradiciones. Pero estaba equivocado. El velo más peligroso no es de tela, es de doctrina. No se pone en la cara, se instala en la mente. Y no lo puso Dios, lo puso el hombre.
En el templo de Jerusalén había un velo. No era decorativo. Era grueso, de unos 10 centímetros según la tradición judía. Separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. ¿Por qué? Porque Dios es santo, y el hombre estaba en pecado. “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). El velo era el recordatorio de que no podíamos entrar. No por falta de deseo, sino por falta de obediencia.
Solo el sumo sacerdote podía cruzarlo, y solo una vez al año, en el Día de la Expiación (Levítico 16:2). Era como decir: “Aquí está Dios, pero tú no puedes pasar”.
Pero algo pasó. Algo que cambió todo. Cuando Jesús murió, “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51). No fue un accidente. Fue un acto divino. De arriba abajo, como diciendo: “Esto lo hice Yo”.
Dios rasgó el velo. ¿Por qué? Porque el sacrificio de Jesús fue suficiente. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Ya no había enemistad. Ya no había separación. El Reino vino a habitar entre los hombres.
Pero el hombre no quedó conforme. Dios dijo “basta”, pero el hombre dijo “no es suficiente”. Y empezó a coser nuevos velos. No de tela, sino de doctrina. No en el templo, sino en la mente.
Velos que dicen: “El Reino no está aquí, está por venir”. Velos que dicen: “Todavía falta castigo, falta juicio, falta tribulación”. Velos que dicen: “Dios no ha terminado, porque nosotros no hemos sufrido lo suficiente”.
¿Y qué dice la Escritura? “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Pero el hombre quiere condenación. Porque es más fácil culpar a Dios que asumir responsabilidad.
Jesús no vino a prometer un Reino futuro. Vino a inaugurar uno presente. “El Reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:21). Pero los velos doctrinales lo postergan. Lo empujan a una segunda venida como si la primera no hubiera sido suficiente.
¿Y qué dice la Palabra? “Consumado es” (Juan 19:30). No dice “empezado es”. No dice “falta poco”. Dice “terminado”. Pero el hombre, con mente cauterizada, sigue esperando lo que ya fue entregado.
Cada doctrina que no edifica, cada enseñanza que no libera, cada profecía que no activa, es un nuevo velo. Y lo triste es que no lo pone el enemigo. Lo pone el ministro. Lo pone el predicador. Lo pone el que debería rasgar, no coser.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque cerráis el Reino de los cielos delante de los hombres” (Mateo 23:13). No lo dice un profeta moderno. Lo dijo Jesús. Y lo sigue diciendo.
Muchos esperan juicio. Terremotos, pestes, guerras. Como si Dios necesitara castigar más. Como si el sacrificio de Cristo no hubiera sido suficiente. Pero el juicio ya cayó. Cayó sobre Jerusalén en el siglo I. “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas!” (Mateo 23:37). Y cayó con fuego, espada y destrucción.
¿Y ahora? Ahora es tiempo de edificar. No de esperar castigo. “Edifiquemos sobre el fundamento que es Cristo” (1 Corintios 3:11). Pero seguimos esperando que dios haga lo que nos toca hacer a nosotros.
¿Dónde están los ministros que rasgan velos? ¿Dónde están los que confrontan sin herir, que aman sin callar? Muchos tienen aguja en la mano, pero no para sanar, sino para coser. Cosen doctrinas viejas, cosen miedos, cosen condenación.
Y el pueblo sigue sin ver. “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). No dice que le faltó oración. No dice que le faltó ayuno. Dice que le faltó conocimiento. Porque el velo no se rompe con gritos, se rompe con verdad.
El nuevo pacto no es pasivo. No es para sentarse a esperar. Es para actuar. “Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios” (Apocalipsis 1:6). No dice que nos hará. Dice que y” lo hizo. Pero si seguimos esperando, nunca gobernaremos.
El Reino no se manifiesta con lamentos. Se manifiesta con obediencia. “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23). Pero preferimos decir “Dios, haz algo”, en vez de decir “Aquí estoy, envíame a mí” (Isaías 6:8).
Dios ya rasgó el suyo. ¿Y tú? ¿Qué velo tienes que romper? ¿El de la culpa? ¿El de la tradición? ¿El de la doctrina heredada? ¿El de la comodidad?
Hoy es el día. “Si oyes hoy su voz, no endurezcas tu corazón” (Hebreos 3:15). Porque cada día que pasa con el velo intacto, es un día más lejos del propósito.
No se trata de herir. Se trata de sanar. Pero para sanar, hay que cortar. “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos” (Hebreos 4:12). No dice que es suave. Dice que corta. Pero corta para liberar, no para destruir.
Así que confronta. Con amor, pero confronta. Porque el amor que no confronta, es complicidad. Y la verdad que no se dice, es traición al Reino.
Epílogo: El Reino No Está Lejos
Jesús no vino a fundar una religión. Vino a rasgar velos. Vino a abrir caminos. Vino a decir: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados” (Mateo 11:28). Pero si seguimos poniendo velos, nadie podrá venir.
Así que hoy, decide. No esperes más. Rasga tu velo. Porque el Reino no está lejos. Está dentro de ti. “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
Bendiciones a todos…