Imagina un jardín exuberante, lleno de vida, de colores vibrantes y frutos deliciosos. Este jardín, en su diseño original, fue creado para ser cuidado, cultivado y disfrutado. Se le encomendó a un hombre y a una mujer la tarea de señorear sobre él, de administrar sus recursos con sabiduría y de expandir su belleza por toda la tierra. Ellos eran los reyes y reinas de este edén, llamados a reflejar la gloria del Creador en cada rincón del paraíso terrenal.
Dentro de este jardín, fluía un río de agua viva, pura y cristalina, que emanaba directamente de la fuente de vida. Este río no solo irrigaba la tierra, nutriendo cada planta y cada árbol, sino que también conectaba el jardín con su Creador. Había quienes tenían el privilegio especial de acercarse a la orilla de este río, de beber de sus aguas y de ministrar a otros, guiándolos hacia la fuente misma. Estos eran los sacerdotes del jardín, cuya labor era mantener la conexión vital entre la creación y su Hacedor.
Esta imagen, aunque sencilla, nos revela la esencia de nuestro llamado como hijos e hijas de Dios. A través de la historia, el pecado introdujo caos y desconexión, pero en Cristo Jesús, el diseño original es restaurado. Él nos ha constituido en un linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
Imagina un faro majestuoso, dispuesto sobre una roca firme en medio de la oscuridad de la noche y la furia del mar. Su luz brillante atraviesa la tormenta, guiando a los navegantes perdidos hacia un puerto seguro. Este faro representa el rol del rey en el mundo.
El rey en este sentido, no es aquel que oprime o explota, sino aquel que sirve y protege. Su dominio no se basa en la fuerza bruta, sino en la justicia, la equidad y el amor. Así como el faro se mantiene firme ante las olas y dirige con su luz, el rey se mantiene firme en la verdad de Dios y guía a aquellos que lo rodean hacia la seguridad y el propósito.
Salmo 89:14: “Justicia y derecho son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro.”
Este versículo nos muestra que el gobierno de Dios, y por extensión el nuestro como sus representantes, se fundamenta en el amor y la justicia.
Isaías 32:1-2: “He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra seca, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa.”
Esta profecía nos da una imagen del liderazgo justo y protector que debemos ejercer.
Marcos 10:42-45: “Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre tampoco vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.”
Jesús redefine la realeza como servicio, un modelo que debemos seguir.
El navegante, perdido en la oscuridad y la tormenta, anhela la luz del faro. De la misma manera, hay una parte del mundo que anhela líderes que brillen con la luz de la verdad y la justicia, que ofrezcan dirección y esperanza en medio de la confusión y el caos para guiarlos al puerto de Cristo.
El rey ejerce dominio responsable sobre la creación (Génesis 1:28), no para explotarla egoístamente, sino para administrarla con sabiduría y gratitud, reconociendo que todo pertenece a Dios. Su liderazgo se caracteriza por la humildad, sabiendo que su autoridad proviene del Rey de reyes. Como el faro que permanece en su lugar para guiar a otros, el rey se mantiene firme en sus principios, siendo un punto de referencia seguro para aquellos que buscan dirección.
Ahora, visualiza un puente sólido y resistente que cruza un abismo profundo. Este puente permite que los peregrinos, que viajan hacia una tierra prometida, puedan superar el obstáculo que los separa de su destino. Este puente representa el rol del sacerdote en el mundo.
El sacerdote, en este sentido, es un mediador, un constructor de puentes entre Dios y los hombres. A través de su vida de sacrificio y entrega, facilita el encuentro entre la humanidad y su Creador. Así como el puente conecta dos orillas separadas, el sacerdote, a través de su posición en Cristo, lleva a los hombres con Dios.
Hebreos 4:14-16: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
Jesús es nuestro Sumo Sacerdote, el puente perfecto entre Dios y la humanidad, y nosotros participamos de su sacerdocio como eslabones de ese puente.
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
Somos llamados a ser sacrificios vivos, entregando nuestras vidas como actos de servicio a Dios y a los demás.
2 Corintios 5:18-20: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encomendó a nosotros la palabra de la reconciliación. Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!”
Se nos ha dado el ministerio de la reconciliación, actuando como embajadores de Cristo para llevar a otros a Dios.
Los peregrinos, cansados y desanimados por el abismo, encuentran esperanza y seguridad al cruzar el puente. De la misma manera, aquellos que están lejos de Dios necesitan encontrar un camino de regreso, un medio para reconciliarse con su Creador.
El sacerdote se sacrifica cada día, no en el sentido de derramar sangre como en el antiguo pacto, sino como sacrificios vivos (Romanos 12:1). Esto implica entregar nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestros recursos y nuestras propias vidas al servicio de Dios y de los demás. Como el puente que soporta el peso de los peregrinos, el sacerdote lleva las cargas de otros, intercede desde Cristo por ellos en oración y les muestra el camino hacia Dios a través de su ejemplo y su testimonio.
El sacerdote es un mediador en Cristo (1 Timoteo 2:5), reconociendo que Jesús es el único camino al Padre. Su labor no es atraer la atención hacia sí mismo, sino señalar hacia Cristo, el verdadero puente que une a la humanidad con Dios, los hombres no deben ver los eslabones, únicamente deben ver el puente. Su vida es un testimonio constante del amor y la gracia de Dios, invitando a otros a cruzar el abismo de la separación y a experimentar la plenitud de la comunión con el Padre.
El Binomio Perfecto: Reyes que Sirven y Sacerdotes que Median y se Sacrifican
El faro y el puente, aunque diferentes en su función, son esenciales para la seguridad y el progreso de aquellos que navegan y peregrinan. De la misma manera, los roles de reyes que sirven y sacerdotes que se sacrifican son complementarios y vitales en el plan de Dios para el mundo.
El rey que sirve ejerce su autoridad con humildad y justicia, protegiendo a los débiles y guiando a los perdidos. Su liderazgo es un reflejo del gobierno amoroso de dios sobre su creación. El sacerdote que se sacrifica se entrega por completo a la tarea de conectar a los hombres con Dios, mostrando el camino a través de su vida y su ministerio.
Cuando estos dos roles se ejercen en unidad y armonía, el impacto en el mundo es transformador. Comunidades enteras son bendecidas por líderes justos y compasivos, y multitudes encuentran el camino a Dios a través del testimonio fiel de sus sacerdotes.
Para aquellos que son llamados a ser reyes que sirven, esto implica:
Ejercer influencia con integridad: En cualquier esfera de la vida donde tengamos influencia (familia, trabajo, comunidad), debemos actuar con honestidad, justicia y equidad. Nuestras decisiones deben estar guiadas por los principios de La Palabra, buscando el bienestar de los demás por encima de nuestros propios intereses.
Proteger y defender a los vulnerables: Debemos ser la voz de los que no tienen voz, defendiendo a los oprimidos y cuidando de los necesitados. Nuestro liderazgo debe caracterizarse por la compasión y la empatía hacia aquellos que sufren.
Administrar los recursos con sabiduría: Ya sean recursos materiales, talentos o tiempo, debemos administrarlos de manera responsable, reconociendo que somos mayordomos de lo que dios nos ha confiado. Nuestra gestión debe reflejar la generosidad y la provisión de nuestro Padre celestial.
Guiar con el ejemplo: Nuestra vida debe ser un testimonio vivo de los valores del Reino de Dios. Nuestras acciones deben hablar más fuerte que nuestras palabras, inspirando a otros a seguir el camino de la justicia y el servicio.
Para aquellos que son llamados a ser sacerdotes que se sacrifican, esto implica:
Una vida de entrega continua: Nuestro servicio a Dios y a los demás no debe ser un evento aislado, sino la vida misma. Debemos estar dispuestos a invertir nuestro tiempo, energía y recursos en la obra del Reino por la única razón correcta: por amor.
Intercesión constante: Así como los sacerdotes del antiguo pacto ofrecían sacrificios y oraciones por el pueblo, nosotros debemos interceder continuamente ante Dios por aquellos que nos rodean, llevando sus necesidades y clamores ante el trono de la gracia.
Mediación a través del testimonio: Nuestra vida debe ser un puente que conecte a otros con Dios. A través de nuestro ejemplo de fe, amor y servicio, mostramos el camino hacia Cristo y la reconciliación con el Padre.
Presentar a Dios a los hombres: Nuestro objetivo final es llevar a otros a un encuentro personal con Dios. Esto implica compartir el evangelio de manera clara, sin doctrinas de hombres, invitando a otros a experimentar el amor transformador de Cristo.
Ser uno con Dios: La esencia del sacerdocio es la intimidad con Dios. Así como Jesús es uno con el Padre, nosotros somos llamados a buscar una profunda comunión con Él a través de la oración, el estudio de la Palabra y la obediencia a su Espíritu. Esta unidad con Dios es la fuente de nuestra autoridad, poder y nuestra eficacia como sacerdotes.
Es crucial entender que estos dos roles no son mutuamente excluyentes. De hecho, en muchos aspectos, se entrelazan y se complementan. Un rey que verdaderamente sirve debe tener un corazón sacerdotal, buscando la conexión con Dios y la bendición espiritual de aquellos a quienes lidera. Un sacerdote eficaz debe ejercer su influencia con la sabiduría y la justicia de un rey, protegiendo y guiando a aquellos a quienes ministra.
En Cristo Jesús, el Rey de reyes y Sumo Sacerdote por excelencia, vemos la perfecta unión de estos dos roles. Él sirvió a la humanidad hasta la muerte, entregando su vida como sacrificio por nuestros pecados (Filipenses 2:5-11). Su reinado no se basa en la opresión, sino en el amor y la justicia.
Como sus discípulos, somos llamados a reflejar esta misma unidad en nuestras vidas como ministros competentes del nuevo pacto.
Cuando los reyes sirven con justicia y los sacerdotes se sacrifican con amor, el impacto en el mundo que nos rodea es profundo y duradero. Familias son restauradas, comunidades son transformadas y naciones enteras experimentan la bendición de Dios, allí está la extensión de los nuevos cielos y la nueva tierra que Cristo inauguró con su Reino Milenial, cuando vino entre las nubes a presentarse delante del Anciano de días, para se cumpliera lo que estaba escrito.
Imaginemos líderes empresariales que priorizan la integridad y el bienestar de sus empleados por encima de las ganancias egoístas. Visualicemos gobernantes que buscan la justicia y la equidad para todos sus ciudadanos, especialmente para los más vulnerables. Contemplemos pastores y líderes espirituales que se entregan por completo al cuidado de sus congregaciones, guiándolos hacia una relación profunda con Dios.
Este es el poder del binomio perfecto de reyes que sirven y sacerdotes que se sacrifican. Es un llamado a vivir nuestras vidas de una manera que refleje el corazón de Dios para el mundo, siendo instrumentos de su amor, su justicia y su gracia.
Hermanos, el llamado a ser reyes y sacerdotes para nuestro Dios es más que un privilegio y una responsabilidad, es la realización de nuestro diseño. No importa nuestra edad, nuestro trasfondo o nuestro nivel de conocimiento de Las Escrituras, todos somos llamados a participar en este glorioso propósito.
Preguntémonos hoy: ¿Cómo estoy ejerciendo mi “realeza”? ¿Estoy sirviendo a aquellos que me rodean con humildad y justicia? ¿Estoy administrando los recursos que dios me ha dado con sabiduría y gratitud?
Y preguntémonos también: ¿Cómo estoy viviendo mi “sacerdocio”? ¿Estoy ofreciendo mi vida como un sacrificio vivo a Dios? ¿Estoy intercediendo por otros en oración? ¿Estoy construyendo puentes de reconciliación entre la humanidad y su Creador como eslabón de Cristo?
Que el Espíritu Santo nos capacite a todos para abrazar plenamente nuestro llamado como reyes que sirven y sacerdotes que se sacrifican. Que nuestra vida sea un faro de esperanza en medio de la oscuridad y un puente de conexión hacia el Dios vivo. Amén.