Antropocentrismo…

Hemos querido convertir al Creador en un mendigo de corazones y al hombre en el centro de la historia.

     El hombre, desde el Edén, ha querido ocupar el lugar central. La serpiente no ofreció simplemente un fruto, ofreció la ilusión de ser como Dios para aspirar un trono (Génesis 3:5), cuando ya éramos como Él en imagen y semejanza. Desde entonces, la humanidad arrastra la tendencia de colocarse como medida y condición de lo divino. Por eso, aún en nuestros púlpitos, escuchamos frases como: “Dale una oportunidad al Señor para que entre en tu vida”.

Pero ¿puede la criatura darle oportunidad al Creador? ¿Puede el barro condicionar al alfarero? La Escritura responde con contundencia:

– “¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así?” (Romanos 9:20).

– “El Altísimo gobierna en el reino de los hombres, y a quien Él quiere lo da” (Daniel 4:32).

– “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16).

El orden es inquebrantable: Dios inicia, el hombre responde. Dios concede, el hombre recibe. Dios abre, el hombre entra.

 

La perversión del lenguaje

Decir que “le damos una oportunidad a Dios” parece piadoso, pero es irracional y perverso.

– Irracional, porque limita al Infinito a la mente finita del hombre.

– Perverso, porque perpetúa un sistema religioso que condiciona a Dios a la voluntad humana, como si el Espíritu Santo necesitara nuestro permiso para obrar.

La Palabra lo desarma:

– “El Espíritu sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va” (Juan 3:8).

– “El Señor abrió el corazón de Lidia para que estuviese atenta” (Hechos 16:14).

– “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia” (Éxodo 33:19; Romanos 9:15).

¿Dónde queda entonces la supuesta “oportunidad” que el hombre le da a Dios? En ninguna parte. Es Dios quien nos da la oportunidad de escuchar, de arrepentirnos, de creer, de obedecer.

 

Otras formas de antropocentrismo inoculadas en la iglesia

El error no se limita a la frase “darle oportunidad a Dios”. El antropocentrismo se infiltra en múltiples expresiones y prácticas que colocan al hombre como centro:

 

1. El evangelio de la autoayuda

Se predica como si Cristo fuera un accesorio para mejorar la vida del hombre, en lugar de ser el Señor que exige rendición total.

– “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).

– El evangelio no es terapia de autoestima, es llamado a morir al yo.

 

2. La adoración centrada en la experiencia humana

Muchos cultos giran en torno a lo que el hombre siente, no a lo que Dios merece. Se mide la presencia de Dios por las emociones, no por la obediencia.

– “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24).

– La adoración no depende de la emoción humana, sino de la verdad revelada.

 

3. La oración como manipulación

Se enseña a “declarar” y “exigir” sin asegurarnos de estar alineados con la justicia, como si Dios fuera un empleado del deseo humano. Es en la justicia de Dios donde se encuentran todos los motivos de la oración que le conviene al hombre.

– “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

– La oración bíblica no condiciona a Dios, se somete a su soberanía.

 

4. El ministerio como plataforma personal

Se busca reconocimiento, influencia y poder, como si el ministerio fuera escenario para la gloria del hombre.

– “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Corintios 4:5).

– El ministerio no es autopromoción, es servicio bajo la autoridad de Cristo.

 

5. La salvación como decisión humana

Se presenta como si el hombre tuviera el poder de salvarse a sí mismo con una oración o un gesto.

– “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).

– La salvación no es producto de la voluntad humana, sino iniciativa divina.

– Muchos se quedan paralizados en una salvación mal interpretada, sin manifestar una verdadera transformación que hable de una vida que volvió al Edén.

La obra de la salvación es clara: restaurar el acceso al Edén, no como un mito perdido, sino como la realidad espiritual que Cristo abrió de nuevo. El hombre, expulsado por causa del pecado (Génesis 3:23-24), quedó sin acceso al árbol de la vida, guardado por querubines y una espada encendida. Pero en Cristo, el camino se abrió otra vez:

– “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).

– “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19).

– “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7).

La salvación no es solo perdón, es restauración del acceso. Es Dios concediendo al hombre la oportunidad de volver al lugar de comunión, diseño y propósito original.

El Edén no era simplemente un jardín, era el espacio donde el hombre reflejaba su naturaleza genuina: imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). La redención en Cristo no crea algo nuevo desde cero, sino que restaura lo que estaba distorsionado:

– “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

– “Y os revistáis del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24).

Volver a Edén es regresar a la comunión viva, a la obediencia genuina y a la manifestación del diseño original: un hombre gobernando bajo la autoridad de Dios, no bajo la ilusión engañosa de autonomía. Volver al Edén no es una expectativa futura, es una tarea presente. Hoy podemos entrar, porque Cristo abrió el acceso, y no necesitamos esperar la muerte ni refugiarnos en el romanticismo de un cielo prometido por la religión y las doctrinas de hombres.

 

El acceso restaurado no significa que el hombre sea el centro. Significa que Dios, en su soberanía, abre la puerta y concede la oportunidad. Pensar que somos nosotros quienes “le damos oportunidad” a Dios es seguir repitiendo la mentira del Edén: querer ser como Dios, querer controlar lo divino.

 

El sistema que condiciona

El lenguaje de “darle oportunidad a Dios” y todas estas expresiones antropocéntricas no son inocentes. Son el reflejo de un sistema religioso que ha domesticado el evangelio, convirtiendo al Creador en un mendigo de corazones y al hombre en el centro de la historia.

Pero la Escritura lo denuncia:

– “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas” (Romanos 11:36).

– “El hombre no puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo” (Juan 3:27).

– “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).

El Espíritu no está limitado por la mente del hombre. Es el hombre el que está limitado si no se somete al Espíritu.

 

Confrontación final

El evangelio no es Dios esperando tu permiso. El evangelio es Dios concediendo al hombre la oportunidad de pasarlo de muerte a vida. Cada respiración, cada día, cada llamado es iniciativa divina.

Decir “le doy oportunidad a Dios” o vivir un evangelio centrado en el hombre es seguir alimentando la ilusión de control, es perpetuar la perversión de un sistema que coloca al hombre como centro y a Dios como su satélite. Pero la verdad es inapelable: Dios es soberano, el hombre es receptor. Dios es Creador, el hombre es barro. Dios es el centro, el hombre es criatura.

Hoy renuncio al lenguaje y a las prácticas que me colocan como centro. Reconozco que es Dios quien me da la oportunidad de creer, de obedecer y de vivir. No soy el que concede, Él es el que otorga. No soy el que controla, Él es el que gobierna. Someto mi corazón a su soberanía y desmantelo la mentira de un evangelio condicionado por el hombre.

Bendiciones a todos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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