¿Qué es lo más importante?
No es una pregunta cualquiera. Es la pregunta que puede romper cadenas mentales, deshacer doctrinas torcidas y abrir los ojos del alma.
Lo más importante no es el cielo como destino, ni el infierno como amenaza.
Lo más importante es el deseo del corazón de Dios.
Y ese deseo no nació de la necesidad, ni de la urgencia. Nació del amor.
Un amor tan profundo que se hizo carne en Cristo.
Un amor que no se conformó con mirar desde lejos, sino que se metió en la tierra, se tabernaculizó, se volvió encuentro.
Muchos enseñan que la tierra es solo un paso, un tubo de ensayo, una sala de espera para ir otro destino.
¡Error garrafal!
La tierra es el escenario principal.
Aquí es donde Dios quiere ver cumplido su deseo: que el hombre aprenda la obediencia, habite en el amor y se haga uno en Él.
“El cielo es el trono de Dios, y la tierra estrado de sus pies” (Isaías 66:1).
¿Estrado? Sí. Lugar de gobierno. Lugar de manifestación.
La tierra no es para escapar. Es para transformar, para manifestar.
La Escritura no es un libro de cuentos. Es un mapa profético. Y ese mapa tiene un misterio que estuvo escondido por siglos: el Huerto del Edén.
No era solo un jardín bonito. Era el lugar de encuentro. El lugar donde Dios y el hombre podían caminar juntos.
“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto…” (Génesis 3:8).
¿Te imaginas eso? Dios caminando con el hombre. Ese era el plan. Ese sigue siendo el plan, y en el mismo escenario que Dios creó.
¿Cuál era el propósito del Edén?
Que los hombres se hicieran uno en Dios.
No por religión. No por miedo. Sino por obediencia aprendida que nace del amor.
Jesús lo dijo claro en Juan 17:21:
“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…”
Ese versículo no es poesía. Es estrategia. Es el deseo eterno del Padre: unidad en Cristo. Y esa unidad no se logra en el cielo. Se construye aquí, en la tierra.
En medio del huerto estaba el árbol de la vida.
No era decoración. Era provisión eterna.
“…y tomó Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15).
¿Labrar y guardar qué?
El acceso. La comunión. El propósito. Eso es verdadera adoración. Pero el hombre falló. Y el acceso fue cerrado.
“…puso querubines al oriente del huerto del Edén, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:24).
¿Fin de la historia?
¡No! Porque Cristo vino a reabrir el Edén. Porque Él es el Edén encarnado.
Cristo no vino solo a perdonar pecados. Vino a restaurar el acceso. Vino a reabrir el huerto, el Árbol, el reencuentro que reconcilia.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14).
La palabra “habitó” en griego es “tabernaculizó”. Se hizo morada. Se hizo lugar de encuentro. Y tú, si estás en Él, eres parte de ese huerto.
“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…” (2 Corintios 5:19).
¿Reconciliando qué? El cielo con la tierra. Su deseo con la realidad. El Edén con el hombre.
Cristo no vino a llevarnos al cielo. Vino a traer el cielo a la tierra. Vino a reconciliar lo que estaba separado. Y nos dio ese ministerio. No el de predicar escapismo. Sino el de activar el Reino.
Creer en el escape, mal llamado arrebatamiento, es traicionar el propósito divino. Es darle la espalda al deseo del corazón de Dios. Es haber vivido sin entendimiento del tiempo que nos tocó vivir.
Aquí viene el golpe.
La doctrina Darbyniana, con su escapismo celestial, ha pretendido torcer el plan divino. No quiero hablar de las intenciones o motivaciones que llevaron a John Nelson Darby a formular su paralizante doctrina dispensacionalista, Pero si quiero dejar claro que es nociva, dañina para el propósito divino.
Ha enseñado que el cielo es el objetivo, y la tierra solo un obstáculo.
¡Mentira peligrosa!
«No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
Jesús no pidió que nos fuéramos. Pidió que permaneciéramos. Porque aquí es donde se manifiesta y se extiende el Reino.
“El Reino de Dios no vendrá con advertencia… porque el Reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20-21).
¿Dónde está el Reino?
Aquí. Ahora. Y puede estar en tí, si lo dejas entrar.
Pero si lo mudas al cielo con ideas, lo neutralizas. Lo vuelves inalcanzable. Lo vuelves romántico patológico. Y el Reino no es romanticismo. Es gobierno. Es transformación. Es servicio. Es sacrificio.
¿Por qué buscar las cosas de arriba?
“Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado…” (Colosenses 3:1).
No para huir. Sino para traerlas. Para invadir la tierra con lo de arriba. Para que el Reino se establezca aquí.
Jesús enseñó a orar:
“Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
¿Dónde? En la tierra. No en el cielo. Porque el cielo ya está alineado. La tierra es el campo de batalla.
Ayer, recibí un recordatorio poderoso a través de un juego de fútbol. Bolivia y Brasil disputaron el último partido de la eliminatoria mundialista para el 2026. Jugaron a 4150 mts de altura. El altiplano boliviano.
En ese lugar, los bolivianos tienen la ventaja, y la pudieron capitalizar ganando el juego 1-0. Brasil no pudo figurar, la altura y la falta de oxígeno pasaron factura, mientras que los bolivianos eran ágiles y rápidos en el campo, haciendo que un equipo cinco veces campeón del mundo no haya podido con ellos.
¿Qué hicieron los bolivianos, trampa? No. Ellos tan solo activaron su ventaja, acostumbrados a la altura son muy difíciles de vencer.
Eso mismo lo debemos hacer los hijos del Reino. Eso mismo hizo Jesucristo mostrándonos el camino.
El sistema del mundo se invade y conquista trayendo el cielo a la tierra, es decir, conectando el cielo con la tierra como si fuera un solo lugar, allí tenemos ventaja, la que nos hace ser más que vencedores.
Muchos usan la Biblia como arma para defender doctrinas. Pero sacar versículos fuera de contexto es corrosivo.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir…” (2 Timoteo 3:16).
No para manipular. No para justificar escapismos. No para ejecutar agendas ocultas ni interés egoístas. Sino para activar propósito.
¿Cuál es nuestra herencia?
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12).
¿Quiénes lo arrebatan? Los hijos del Reino. Los que no se conforman con doctrinas suaves.
Los que entienden que la tierra es herencia.
“Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmo 115:16).
¿Y ahora qué?
Si entendiste esto, ya no puedes seguir igual. Ya no puedes predicar escapismo o lo que es igual: arrebatamiento.
Ya no puedes vivir esperando que el cielo te rescate. Porque ya lo hizo hace más de dos mil años. Tienes que reabrir el Edén en tu casa, en tu comunidad, en tu nación. Porque Cristo está esperando abrirlo en tu corazón.
Hermano, hermana, amigo, amiga…
Dios no quiere que vivas esperando morir para ir al cielo. Dios quiere que vivas manifestando el cielo en la tierra. Que formes parte del deseo de su corazón. Que seas uno con Él. Que comas del árbol de la vida. Que seas huerto, morada, encuentro para otros que han sido llamados de las tinieblas a la luz admirable.
“He aquí, el tabernáculo de Dios con los hombres…” (Apocalipsis 21:3).
No es futuro. Es ahora. Es en ti.
Epílogo
El deseo del corazón de Dios no fue una idea pasajera ni un sueño frustrado. Fue, es y será el motor de toda la historia: que el hombre aprenda a obedecer por amor, y en esa obediencia, se haga uno con Él.
La tierra no es desecho ni tránsito. Es altar. Es escenario. Es territorio de cumplimiento.
Cristo no vino a llevarnos lejos, vino a traernos cerca. Reabrió el Edén, no como jardín decorativo, sino como acceso a lo eterno. El Reino no se espera, se arrebata. No se contempla, se establece. No sé escapa, se afronta.
Así que no huyas. No esperes. No adores doctrinas que te anestesian. Levántate. Activa. Reconcíliate. Porque el Edén está en ti, y el Reino está esperando que lo manifiestes.
El cielo no es el escape. La tierra es el encargo. Y tú, hijo del Reino, eres la respuesta que Dios plantó en este tiempo. Así que conecta tu raíz al propósito divino y prepárate para cosechar eternidad.
Bendiciones a todos…