Artrosis Espiritual

Las congregaciones están atestadas de personas sin hambre y sed de justicia. Nuestro desafío es confrontar esta realidad...

     El hambre y la sed de justicia no son carencias: son memorias pendientes de un espíritu que fue plantado en nuestro ser.

No naciste vacío, naciste con un eco. Un eco que no viene del estómago ni de la garganta, sino del espíritu.

Cada deseo profundo que te incomoda, cada anhelo inexplicable, cada insatisfacción que no se calma con logros ni a esfectos… es una alarma.

Una alarma que grita: “¡Todavía estás diseñado para la plenitud!”

Ese eco no es humano, es eterno. Es el susurro del Creador en tu diseño. La huella del cielo en tu alma. Por eso, cuando sientes hambre y sed espiritual, no estás mal: estás despierto. Estás vivo. Estás en sintonía con tu origen.

Jesús dijo:

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

No habló de religión, dogmas, teologías, ni respuestas fáciles. Habló de justicia: alineación con el diseño original. Volver a ser lo que fuiste creado para ser, haciendo la voluntad de tu diseñador.

El problema no es la ausencia de hambre, sino la anestesia. Muchos ya no sienten hambre ni sed. No porque estén llenos, sino porque han domesticado sus espíritus. Han negociado su llamado por comodidad que produce artrosis espiritual. Y eso es más peligroso que estar perdido.

El Reino no se revela a los satisfechos, sino a los desesperados. A los que no se conforman. A los que no se distraen. A los que no se resignan. A los que se hastiaron de caminar el sendero de la muerte disfrazada éxito que ofrece el mundo.

Porque así dice el Señor: ‘Yo derramaré agua sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus renuevos’” (Isaías 44:3).

Dios no derrama sobre los que aparentan estar bien, sino sobre los que reconocen su sequedad. Los que no maquillan su vacío. Los que se atreven a decir: “Estoy sediento”.

En el Reino, el pan es revelación y el vino es activación.

El que tiene hambre no busca comida: busca origen. El que tiene sed no busca agua: busca fuego. Y solo los que arden por dentro pueden manifestar lo eterno por fuera.

Por eso, quien llega a una congregación sin hambre ni sed, no viene a ser transformado. Viene a que se le reconozca su estilo de vida. Viene a ser entretenido. Viene a buscar lo que cree que le conviene, no lo que lo confronta y mucho menos transforma. Y por eso convierte la Iglesia en refugio emocional, no en el centro de edificación de los hacedores de justicia.

¿Qué buscan las personas que van sin hambre ni sed a la congregación de los santos?

– Pertenecer sin transformarse.

– Refugio sin fuego.

– Validación sin visión.

– Paz sin propósito.

– Conocimiento sin intimidad.

– Más de lo mismo, para justificar su pasividad.

– Una oportunidad para buscar condicionar a Dios.

– Distraerse, para no despertar.

– Decir que pertenecen a un grupo.

– Llevar la expectativa de crecer, pero sin la determinación de ejecutarlo.

Pero el que tiene hambre y sed no espera. No negocia con la rutina. No posterga lo eterno. No llega tarde. La lluvia puede caer, la familia puede llamar, el trabajo puede exigir… Pero nada roba el tiempo de comer y beber del Reino.

Cuando el espíritu tiene sed, todo lo demás se acomoda. Y acomodar no es abandonar: es dar el justo valor a cada cosa. Cuando el Reino es prioridad, lo demás encuentra su lugar. Y eso se llama orden divino.

Muchos dicen: “No tengo tiempo”. Pero el que tiene hambre hace espacio. Rompe agendas y no necesita motivación externa. El que tiene hambre y sed tiene iniciativa, con ese fuego mantiene encendida la llama del primer amor, de aquel encuentro que lo transformó.

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo 42:1).

Ese clamor del ciervo no es religioso. Es instintivo. Es el grito de quien sabe que sin Dios, se seca. Que sin fuego, se apaga. Que sin revelación, se pierde.

La artrosis espiritual es la consecuencia de un espíritu envejecido por la impiedad, por la apatía y el egoísmo.

Y aquí viene la confrontación:

Si no tienes hambre ni sed, no estás bien. Estás en peligro. Porque el Reino se manifiesta en los inquietos. En los que no se conforman. En los que no se distraen con lo superficial.

Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14).

Despertar no es abrir los ojos. Es abrir el espíritu. Reconocer que hay más. Que lo que tienes no es todo lo que fuiste diseñado para vivir.

Y si estás leyendo esto, no es casualidad. Es porque hay un eco en ti que todavía no ha sido respondido. Un eco que te llama. Que te incomoda. Que te recuerda que fuiste creado para plenitud.

Hay una presencia cerca de ti, su nombre es Jesucristo, no se ha ido, espera con paciencia el momento en que tu corazón se abra a lo espiritual, no te llama para que sobrevivas, ni para que encajes, ni para que te sientas aprobado, te llama para que manifiestes, para que vivas desde el diseño original, para que te reconcilies, para que despiertes.

Así que deja de negociar con tu hambre. De justificar tu sed. De esconder tu eco. Y empieza a moverte. Es la única forma de revertir esa artrosis que te come por dentro.

Porque el que tiene hambre y sed se vuelve peligroso. Está dispuesto a perderlo todo para encontrar lo eterno. Y cuando lo encuentra, lo demás se acomoda. Cuando lo bebe, lo demás se transforma. Cuando lo come, todo cobra sentido.

Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

No es una metáfora bonita. Es una invitación radical. A dejar de buscar en lo humano lo que solo el cielo puede saciar. A dejar de vivir anestesiado. A dejar de asistir sin arder, porque tú no naciste vacío. Naciste con un eco y ese eco no se calla, solo espera que lo escuches y que respondas.

Bendiciones…

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