Jalea Real

Un alimento disponible para muchos que pocos aprovechan a plenitud...


     En el corazón de cada colmena, bulle una historia de vida, muerte y transformación, una que encierra lecciones profundas para nosotros, los que buscamos comprender el misterio de la fe. Imaginen por un momento ese mundo de zumbidos, de intrincadas celdas hexagonales, donde miles de obreras trabajan incansablemente bajo el sol. En ese universo diminuto, pero perfectamente organizado, se gesta un milagro: el nacimiento de una reina.

Todo comienza con una larva, indistinguible de miles de otras. Pequeña, indefensa, su destino inicial parece ser el de una obrera más, destinada a la labor cotidiana de recolectar néctar y fabricar miel. Pero aquí, en este punto, se introduce un elemento que lo cambia todo, un factor que eleva a una de estas larvas a una posición de poder, de propósito y de fecundidad. Ese elemento es la jalea real.

Las abejas obreras, con una sabiduría innata que asombra, alimentan a varias de estas larvas con esta sustancia milagrosa, una secreción glandular rica en proteínas, vitaminas y nutrientes. Esta jalea, blanca y cremosa, es el alimento de reyes, la sustancia que despierta el potencial latente, que transforma una humilde larva en el ser majestuoso que gobernará la colmena. Solo una de esas larvas, sin embargo, se convertirá en la reina definitiva, la madre de toda una nueva generación. Las demás, aunque nutridas con la misma jalea, no desarrollan la plenitud de la realeza.

¿No les parece esto una imagen impactante de nuestra propia existencia, de nuestra travesía en la fe? Nosotros, también, fuimos una vez como esas larvas, nacidos en un mundo que nos ofrecía un destino común, quizás sin un propósito trascendente. Pero entonces, vino a nuestras vidas algo extraordinario, algo que nos ha sido ofrecido con generosidad desbordante: la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios, mis amados, es nuestra verdadera jalea real. Es el alimento divino que nos nutre, que nos fortalece, que despierta en nosotros un potencial que de otra manera permanecería dormido. Como dice el apóstol Pablo en Romanos 10:17: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.» Es al escuchar, al meditar, al interiorizar esa Palabra viva y eficaz, que algo comienza a transformarse dentro de nosotros. Es esa jalea real la que nos capacita para el nuevo nacimiento, ese nacimiento espiritual que nos introduce en el real sacerdocio al que hemos sido llamados.

Pedro, en su primera epístola, nos lo recuerda con una claridad asombrosa: 1 Pedro 2:9 dice: «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.» ¡Qué verdad tan poderosa! No somos simplemente creyentes; somos reyes y sacerdotes en potencia, llamados a reinar con Cristo y a servirle en este mundo.

Sin embargo, aquí es donde la analogía con la colmena se vuelve más profunda y, quizás, más confrontadora. Al igual que varias larvas son alimentadas con jalea real, muchas personas oyen la Palabra de Dios. La escuchan en las iglesias, la leen en sus Biblias, la reciben a través de innumerables medios. Pero no todos llegan a ser reinas. No todos desarrollan esa fe robusta y transformadora que produce el nuevo nacimiento y que nos capacita para vivir en la plenitud de nuestro llamado real y sacerdotal.

¿Por qué ocurre esto? Si la jalea real es la misma, si la Palabra de Dios es la misma, ¿qué marca la diferencia? La clave, mis hermanos, está en la fe. Mira lo que dice Hebreos 4:2: «Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron.» No se trata de un simple acto de oír, sino en el desarrollo, en el cultivo, en la maduración de esa fe que la Palabra engendra.

La fe no es un concepto pasivo. No es simplemente asentir mentalmente a unas verdades. La fe es activa, es dinámica, es una fuerza vital que nos impulsa a la acción, a la transformación. Es esa fe la que nos lleva a las obras de justicia. La Biblia es clara al respecto: Santiago 2:17 nos advierte: «Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.» Una fe genuina no puede permanecer inactiva; se manifiesta en acciones que reflejan el carácter de Cristo. Una reina no solo es reina por su nacimiento, sino por su capacidad de dar vida, de producir. De igual manera, nuestra fe real se evidencia en la vida que producimos, en los frutos de justicia que llevamos.

Pero la fe va más allá de las obras externas; nos conduce a la intimidad con Dios. Una abeja reina vive en el centro de la colmena, en constante comunión con su pueblo, pero también en un espacio sagrado de propósito y función. De la misma forma, la fe nos invita a un lugar de cercanía con nuestro Creador. Es a través de la fe que nos acercamos al trono de la gracia con confianza, como nos dice Hebreos 4:16: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» La fe no es solo creer en Dios, sino creer a Dios, confiar plenamente en Él, derramar nuestro corazón ante Él, buscando esa comunión profunda que transforma nuestras vidas desde adentro hacia afuera.

La jalea real nutre a la larva para que se convierta en una reina que ama a su colmena, que da su vida por ella, que es el centro de su existencia. De la misma manera, la fe verdadera nos sumerge en el amor de Dios, y nos capacita para amar como Él ama. 1 Juan 4:7-8 nos enseña: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.» La fe que produce el nuevo nacimiento nos capacita para amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es el amor la señal más clara de que la jalea real de la Palabra de Dios ha obrado su transformación completa en nosotros.

Así que, mis queridos hermanos, hoy los confronta esta verdad: ¿Estamos simplemente oyendo la jalea real de la Palabra de Dios, o la estamos recibiendo de tal manera que está produciendo en nosotros la fe viva que nos transforma en reyes y sacerdotes? ¿Estamos cultivando esa fe que se manifiesta en obras de justicia, en una intimidad profunda con nuestro Padre celestial y, sobre todo, en un amor que desborda hacia los demás?

La Palabra de Dios está disponible para todos. La jalea real se ha derramado abundantemente. Pero la responsabilidad de desarrollar la fe que nos lleva a la realeza espiritual es nuestra. Que no seamos como esas larvas que, aunque alimentadas con la misma jalea, no llegan a ser reinas. Que cada uno de nosotros, por la fe que viene por el oír la Palabra, nos levantemos en el poder y el propósito que Dios nos ha dado, para la gloria de Su nombre. ¿Estás dispuesto a permitir que la jalea real haga su obra completa en ti?

Dedicado a mi amada esposa Ana María

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