¡Las Estrellas Caerán!

Y pensar que al día de hoy muchos piensan de buena voluntad que esto ocurrirá tal cual...

     Imagínate por un momento que un niño, con la inocencia y la curiosidad que les caracteriza, escucha a su madre decir: “Tengo el corazón en la mano”. El niño, preocupado y asustado, podría desmayarse o correr pensando que a su mamá se le salió el corazón del pecho. Su mente, aún en desarrollo, interpreta las palabras de forma literal, rígida. Pero nosotros, los adultos, sabemos perfectamente que la madre no está sufriendo un descorazonamiento, ¿o si?. Entendemos que lo que quiere decir la madre es que está abrumada por una noticia, susto o una situación difícil.

El texto anterior nos abre una ventana a la forma en que a veces nos acercamos a las Escrituras. Muchos, al leer la Biblia, tropiezan con frases que, a primera vista, parecen contradecirse o carecer de sentido si se interpretan con una literalidad absoluta. Es una de las objeciones más comunes que se escuchan: “La Biblia se contradice”, dicen algunos. Pero, ¿es realmente así, o somos nosotros los que aplicamos una lente de lectura demasiado estrecha, olvidando que el lenguaje, en su esencia más profunda, es vasto, rico y a menudo figurado?

Pensemos en dos pasajes bíblicos que a menudo se citan como ejemplos de esta aparente contradicción. Por un lado, el evangelista Juan nos dice claramente en su primer capítulo: “A Dios nadie le ha visto jamás” (Juan 1:18). Y de nuevo, en su primera carta, reafirma: “Nadie ha visto jamás a Dios” (1 Juan 4:12). La declaración es contundente. Sin embargo, si nos vamos atrás, hasta el antiguo libro de Job, un hombre justo que sufrió “incomprensiblemente”, encontramos al final de su calvario una declaración asombrosa, casi milagrosa: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).

¿Cómo conciliar estas dos afirmaciones? ¿Acaso Juan se contradice con Job? Si nadie ha visto a Dios, ¿cómo puede Job decir que sus ojos le ven? Es aquí donde la analogía con nuestro lenguaje cotidiano cobra mayor significado.

Cuando Job dice «mis ojos te ven”, no está describiendo una visión física de Dios. No está diciendo que vio a Dios como se ve a otra persona, con forma, color o límites. Lo que Job experimentó fue una revelación profunda, una comprensión espiritual que los transformó. Él había conocido a Dios por referencias, por lo que le habían enseñado, por lo que había oído de otros o de la tradición. Era un conocimiento “tal vez bueno”, pero al lado de la experiencia vivencial, se vuelve insignificante, los “ojos espirituales” de Job fueron abiertos. Él pasó de una fe por oídas a una fe por experiencia, por un encuentro que le permitió ver a Dios con una claridad y una intimidad que antes no poseía. Fue una visión del carácter de Dios, de su soberanía, de su sabiduría, de su amor en medio de la dificultad.

La declaración de Juan, por otro lado, se refiere a la naturaleza divina e incomprensible de Dios en su esencia más pura. Dios es espíritu (Juan 4:24), y su gloria es tan vasta y su ser tan trascendente que ningún ojo humano puede capturar completamente su plenitud. Dios es el “Rey de todo, inmortal, invisible, el único y sabio Dios” (1 Timoteo 1:17).

Jesús, en el Evangelio de Juan, es quien hace posible esa visión. Él es “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Cuando Jesús dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9), no está contradiciendo a Juan 1:18. Más bien, está diciendo que Él, siendo la encarnación de Dios, el Logos hecho carne, revela el carácter, la voluntad y la esencia del Padre de una manera que los hombres pueden comprender y percibir. A través de Jesús, la invisibilidad de Dios se hace visible, su incomprensibilidad se hace entendible, su lejanía se hace cercana.

Esta comprensión nos ayuda a navegar otros pasajes bíblicos que también podrían parecer difíciles de comprender a primera vista.

Mateo 24:14 nos dice “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.”

¿Es realmente todo el mundo literal?, que dice: Hechos 8:4, 13:47, 24:5, Romanos1:8, 10:18, Colosenses 1:6, 1:23 y 1Pedro 5:9.

Veamos también Mateo 24:27: «Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre

¿Será que es literal o descripción del poder de Dios?, que dice: Zacarias 9:14, Salmos 18:14, 77:18.

Fijémonos también en Mateo 24:29: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas.”

¿Qué pasaría si una sola estrella cae en la tierra?, ¿será que es un lenguaje profético que describe la caída de una nación?, fíjate en Isaías 13:9-10, 34:4, Amos 8:9, Ezequiel 32:7-8.

Por último, pero no menos importa, Mateo 24:30 dice: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.”

¿Será un evento futuro?, ¿o será el inicio del fin para la nación de los judíos del primer siglo y la terminación del viejo pacto?, definitivamente es lo segundo, para que se cumpliera la profecía de Daniel, la señal no es Jesús bajando a la tierra, sino viniendo en la nubes a presentarse delante del Anciano de días, luego de vencer el pecado y el mundo, véase Daniel 7: 9, 13 y 22.

¿Se dan cuenta?, esto no es poca cosa, muchos eruditos de confunden y ven que la mamá tiene el corazón en la mano.

Y así, podríamos seguir. Cuando la Biblia dice “Dios es amor” (1 Juan 4:8) y al mismo tiempo describe juicios terribles y castigos, ¿se contradice? No. Dios es amor, pero también es justicia. Su amor no anula su justicia; su justicia no anula su amor. Ambos coexisten en su carácter perfecto. Él es “tardo para la ira y grande en misericordia” (Números 14:18). Son facetas de un mismo Dios, que no se contradicen, sino que nos revelan la plenitud de su ser.

El problema no reside en la Escritura, sino a menudo en la forma en que la leemos. Si un extranjero aprendiendo español, al escuchar a alguien decir “se me salió el alma por la boca” al llevarse un susto, intentara buscar el alma literalmente fuera del cuerpo, no entendería nada. De la misma manera, si nos acercamos a la Biblia con una mentalidad puramente racionalista y literalista, sin reconocer el uso de la metáfora, la hipérbole, el simbolismo, la poesía o los diferentes géneros literarios que la componen, nos perderemos la riqueza de su mensaje, la profundidad de sus verdades, y caeremos en los oscurantismos modernos que estamos padeciendo por causa de doctrinas como la dispensacionalista de John Nelson Darby.

La Escritura fue inspirada por Dios, utilizando el lenguaje humano, con todas sus complejidades y matices. No es un manual de ingeniería que se deba interpretar con una precisión milimétrica en cada palabra. Es la historia de la enemistad, salvación reconciliación y justicia de Dios con los hombres. Y para comprenderla, necesitamos acercarnos con humildad, con un deseo de entender el contexto, el propósito y la intención de lo que se está comunicando.

Así como en nuestra vida cotidiana aceptamos y entendemos las expresiones figuradas sin pensar en ellas como “contradicciones” o “absurdos”, debemos extender esa misma comprensión al lenguaje bíblico. El Señor no se contradice. Su Palabra es viva y eficaz (Hebreos 4:12). Dejemos de pensar que la Biblia nos “quema el cerebro” por sus aparentes rompecabezas, y permitamos que, como a Job, nuestros ojos espirituales se abran para ver la gloria de Dios de una manera más íntima y real. Al final, no estamos leyendo un libro de contrariedades, sino la revelación de un Dios amoroso. Amén.

 

 

 

 

 

 

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