Cuando Dios le dijo al hombre en el huerto: «Labra y guarda la tierra», le estaba diciendo: «Adora»
Hubo una vez un pueblo que amaba cantar. Cada mañana, al salir el sol, sus voces se elevaban en alabanza. Los instrumentos resonaban, las manos se alzaban, y las emociones fluían de aquí para allá. Pero en medio de tanto fervor, Dios callaba. No respondía. No se movía. ¿Por qué? Porque aunque los labios de la gente pronunciaban alabanzas, sus corazones estaban lejos de Él (Isaías 29:13).
Así comienza una de las grandes advertencias de la Biblia: La verdadera adoración no se mide por lo que cantamos, sino por como estamos vivimos.
En los días del profeta Isaías, el pueblo de Judá celebraba fiestas religiosas, ofrecía sacrificios y entonaba salmos con devoción. Pero Dios les dijo algo impactante:
«Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; porque vuestras manos están llenas de sangre.» (Isaías 1:15)
¿Cómo podía ser? Ellos cantaban, oraban, y hasta ayunaban… pero sus vidas estaban llenas de injusticia. Oprimían al pobre, ignoraban al necesitado y vivían ligeramente. Sus canciones eran ruido, no verdadera adoración.
Jesús vino a mostrarnos cómo se adora de verdad. No con espectáculos, sino con obediencia. En el huerto de Getsemaní, cuando la cruz se acercaba, Él no comenzó a cantar un himno. No. Se postró en tierra y dijo:
«Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.» (Mateo 26:39)
Esa fue la adoración más poderosa de la historia. Una rendición total. Una entrega absoluta. No fueron palabras bonitas lo que conmovió al cielo, sino un corazón que eligió hacer la voluntad de Dios, aunque costara todo.
Hoy muchos creen que si lloran en un culto, si levantan las manos con pasión o si cantan con todas sus fuerzas, ya están adorando. Pero la Biblia nos advierte:
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” (Mateo 15:8)
¿Te imaginas? Gritar «¡Te amo, Dios!» mientras desobedeces Sus mandamientos. Cantar “¡Aquí estoy, envíame a mí!” pero negarse a ayudar al hermano. Decir «¡Santo, Santo, Santo!» pero vivir en pecado secreto. Eso no es adoración, es teatro.
En el Antiguo Testamento, cuando alguien ofrecía un sacrificio que agradaba a Dios, la Escritura dice que subía “olor grato” a Sus narices. Pero ese olor no venía solo del animal quemado… venía de un corazón que había obedecido primero.
Noé pasó años construyendo un arca antes de ofrecer sacrificios.
Abraham estuvo dispuesto a entregar a Isaac antes de que Dios lo detuviera.
David, aunque pecador, se arrepintió genuinamente porque prevaleció el temor a su Dios.
La adoración verdadera siempre lleva el nombre de obediencia a Dios.
¿Entonces los Cantos No Sirven?
¡Claro que sirven! Pero deben ser el resultado, no el reemplazo, de una vida que camina en justicia.
Cuando David cantaba “Mi corazón está firme, oh Dios, cantaré y daré alabanza” (Salmo 57:7), no era porque se sentía bien, sino porque había experimentado la fidelidad de Dios en medio de sus batallas.
Cuando Pablo y Silas alababan en la cárcel (Hechos 16:25), no era un show emocional… era la explosión de fe de dos hombres que prefirieron sufrir por Cristo antes que negarlo.
Dios no está buscando mejores coros, mejores bandas o mejores técnicas de alabanza. Está buscando adoradores que vivan lo que cantan.
¿Quieres que tu adoración llegue al cielo como olor grato?
– Obedece aunque duela.
– Ama aunque no te amen.
– Sirve aunque nadie lo vea.
– Perdona aún cuando te hieran.
Obedecer duele cuando nuestra voluntad está señoreando. La obediencia debe fluir del amor hacia nuestro Padre, porque Él sabe lo que nos conviene, Él nos diseñó.
Porque al final, Jesús no dirá: “Entra en mi Reino, buen cantante y danzarín», sino:
“Ven, bendito de mi Padre, hereda el Reino preparado para ti desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (Mateo 25:34-35)
¿Ves? La adoración que perdura no es la que se escucha… es la que se vive.
Hacemos cultos y cantamos en ellos, pero el culto racional, ¿dónde está?
Ro 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
La verdadera adoración son hombres y mujeres que se sacrifican por su prójimo, haciendo la justicia que se les demanda en el nuevo pacto.
Cantos y danzas, todo muy hermoso. Sin embargo, ¿cómo están llevando sus vidas las personas?, ¿haciendo la voluntad de Dios, o haciendo su propia voluntad?
Hacer Justicia, es el verdadero nombre de la Adoración.
¿Estás listo para adorar de verdad?