Re-Aprendiendo a Vivir: El Camino de Regreso al Corazón del Padre
El Reino de los Cielos en la tierra (el Edén restaurado), únicamente se puede ver con los ojos del nuevo nacimiento.
Amados hermanos, en nuestro peregrinar terrenal, a menudo acumulamos cargas, prejuicios y ansiedades que nublan nuestra visión y endurecen nuestro corazón. Olvidamos la sencillez y la confianza con la que un niño se entrega al mundo y a sus padres. Jesús, con su sabiduría divina, nos señaló el camino de regreso a esa pureza cuando dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 18:3). Esta no es una invitación a la inmadurez, sino un llamado a despojarnos de la coraza del adulto y revestirnos de las virtudes que florecen naturalmente en el corazón de un niño.
Veamos seis aspectos claves que un niño sano evidencia de forma natural, los cuales necesitamos re-aprender en el nuevo nacimiento:
1) Viviendo en el Presente: El Regalo del “Ahora”
Un niño vive intensamente cada instante. Su alegría es plena en el juego, su tristeza fugaz ante una raspadura. No se detiene en las sombras del ayer ni se angustia por las incertidumbres del mañana. Jesús nos exhorta a esta misma actitud: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:34). El afán nos roba la paz del presente, el único tiempo donde realmente podemos experimentar la presencia de Dios.
El apóstol Pablo, comprendiendo esta verdad, nos aconseja: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-7). Cuando confiamos nuestras preocupaciones al Padre celestial, Él nos libera del peso de la ansiedad, permitiéndonos vivir plenamente el “hoy” que nos ha sido regalado.
Santiago nos recuerda la fugacidad de la vida: “cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.” (Santiago 4:14). Cada día es una dádiva divina, un lienzo en blanco donde podemos pintar con las acciones de amor y fe. Como el salmista proclama: “Este es el día que hizo Jehová; Nos gozaremos y alegraremos en él.” (Salmos 118:24).
Hermanos, cultivemos la gratitud en cada amanecer, como nos exhorta Pablo: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:18). Practiquemos la oración consciente, enfocándonos en las bendiciones que nos rodean en este preciso momento. Repitamos en nuestro corazón: “Todo pensamiento y deseo de mi corazón, lo llevo cautivo a la obediencia en Cristo, y ahora Cristo es el primer deseo de mi corazón.”
2) Aprendizaje Continuo: La Humildad del Alumno
Un niño aborda el mundo con una curiosidad insaciable. Cada pregunta, cada exploración es una oportunidad para aprender algo nuevo. No se aferra a la falsa ilusión de saberlo todo. Proverbios nos enseña: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6). Este “camino” se siembra con la práctica constante, con el ejemplo vivo de la fe en el hogar y en cada paso, como nos indica Deuteronomio: «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.” (Deuteronomio 6:6-7).
El salmista nos revela la guía constante de la Palabra de Dios: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino.” (Salmos 119:105). Esta luz ilumina nuestro presente, mostrándonos el siguiente paso, sin revelar todo el sendero de una vez. Nuestro Padre es un Dios presente, que nos instruye en el “hoy” de nuestra jornada.
Aprendamos a discernir los deseos que batallan en nuestro interior, y evitemos que alguno tome el control. Que nuestro anhelo supremo sea siempre Cristo, nuestra guía y nuestro maestro. Repitamos con convicción: “Todo pensamiento y deseo de mi corazón, lo llevo cautivo a la obediencia en Cristo, y ahora Cristo es el primer deseo de mi corazón.”
3) No Hacer Acepción de Personas: El Amor sin Fronteras
Un niño, en su inocencia, no juzga a otros por su vestimenta, su origen o su posición social. Santiago condena severamente la parcialidad: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que lleva la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí de pie, o siéntate aquí debajo de mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Oíd, hermanos míos amados: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre.” (Santiago 2:1-6).
Dios mira el corazón, no la apariencia externa: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16:7). En Cristo, aprendemos a ver a los demás con los ojos del amor divino, despojándonos de todo prejuicio.
Jesús mismo rompió las barreras sociales y culturales al hablar con la mujer samaritana (Juan 4) y al tocar al leproso (Marcos 1:41). Su mandamiento es claro: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Marcos 12:31). Este amor no conoce exclusiones, tal como el corazón puro de un niño no las conoce.
Examinemos nuestras relaciones. ¿Evitamos a alguien por causa de prejuicios arraigados? Imitemos a Jesús, quien compartió la mesa con pecadores (Mateo 9:11), no para participar de sus pecados, sino para ofrecerles la luz de la verdad. Repitamos con un corazón sincero: “Todo pensamiento y deseo de mi corazón, lo llevo cautivo a la obediencia en Cristo, y ahora Cristo es el primer deseo de mi corazón.”
4) Caer y Levantarse: La Resiliencia del Espíritu
Un niño tropieza y llora, pero en poco tiempo se levanta y sigue jugando. No se paraliza por la caída. Pablo nos enseña el valor de la tribulación: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;” (Romanos 5:3-4).
La resiliencia en Cristo no niega el dolor, sino que lo transforma en fortaleza: “que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;” (2 Corintios 4:8-9). Proverbios nos asegura: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal.” (Proverbios 24:16). Los niños nos recuerdan que la vida continúa después de cada tropiezo.
En lugar de quedarnos postrados por la culpa o la derrota, clamemos como David: “Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.” (Salmos 51:12). Confiemos en la promesa de Dios de renovar nuestras fuerzas: “pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:31). Repitamos con fe: “Todo pensamiento y deseo de mi corazón, lo llevo cautivo a la obediencia en Cristo, y ahora Cristo es el primer deseo de mi corazón.”
5) Expectativa Divina: El Asombro Renovado
Un niño pregunta “¿por qué?” con una curiosidad infinita, maravillándose ante la creación y el funcionamiento del mundo. Dios nos creó a su imagen: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:27), dotándonos de la capacidad de asombro e investigación. El salmista exclama: “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.” (Salmos 139:14).
Jesús utilizó la belleza de las aves y las flores para despertar nuestra admiración por la obra de Dios (Mateo 6:26-28). La rutina del adulto a menudo apaga esta chispa de curiosidad, pero la fe genuina nos impulsa a explorar la profundidad de la creación divina.
Dediquemos tiempo a contemplar la maravilla del universo, a reflexionar en la complejidad de nuestro propio ser y en las transformaciones que Dios puede obrar en nuestra vida si le abrimos nuestro corazón. Recuperemos la capacidad de asombrarnos ante lo simple, ante la gracia que se manifiesta en cada detalle de nuestra existencia.
6) Padres como Tesoro: La Confianza Incondicional
Un niño sano, en su estado natural, busca instintivamente la protección y el amor de sus padres. La idea de dormir sin su amparo le resulta inconcebible. Podemos ofrecerle todos los juguetes y riquezas del mundo, pero al final del día, correrá a los brazos de papá y mamá, buscando la seguridad que solo ellos pueden brindar. En su corazón puro, un niño atesora a sus padres por encima de cualquier posesión terrenal.
Este amor y esta dependencia reflejan nuestra relación con nuestro Padre celestial. Él es nuestro refugio, nuestra fortaleza, nuestro tesoro más grande. Así como un niño confía plenamente en sus padres, nosotros debemos depositar toda nuestra confianza en Dios, sabiendo que su amor es genuino y su cuidado constante.
Conclusión: El Retorno a la Inocencia del Corazón
Re-aprender a vivir es un viaje de regreso a la esencia que Dios sembró en nosotros. Al abrazar el presente, aprender con humildad, amar sin prejuicios, levantarnos con esperanza y maravillarnos ante la creación, no solo recuperamos la alegría infantil, sino que reflejamos la plenitud del Reino de Dios. Como dijo Jesús: “De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (Marcos 10:15).
Que nuestro caminar sea un redescubrimiento continuo de la gracia divina, experimentada en el aquí y el ahora. Recordemos siempre la promesa renovadora: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Amén.